Hoy toca hablar de longhorns. Longhorns, ya saben, esos encantadores animalitos que pastan en las verdes praderas del Estado de Texas (alguna habrá, porque si no a ver de qué iban a comer estas pobres criaturas) y que tienen un par de cualidades que les diferencian del resto de vacas y toros del mundo mundial, a saber: una cornamenta extremadamente larga como su propio nombre indica, y un peculiar color marrón rojizo. Pero ya adivinarán que no es de estos longhorns de quienes quiero yo hablarles (si bien espero que aprecien en su justa medida el esfuerzo divulgativo) sino de aquellos otros que juegan en la Universidad de Texas y que heredaron de los longhorns originales no sólo el apodo sino también la cornamenta (sólo en el logo, no vayan a pensar) e incluso el color, ese inconfundible tono arcilloso que no encontrarán en ningún otro uniforme de equipo deportivo alguno (que yo conozca, al menos) sobre la faz de la Tierra. Hablemos de Longhorns, pues.
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