Wiggins, Embiid, Kansas

blogs-icono
Unos llevan la fama y otros cardan la lana, que decía mi abuela (supongo que además de mi abuela lo diría más gente pero yo por si acaso lo aclaro, no fuera a ser sólo suya la frase). La fama la lleva la Universidad de Kentucky, habitual paraíso del caliparismoo lo que viene siendo lo mismo, de los novatos de usar y tirar (también llamados one and done). Pero la lana también la cardan otros además de la propia Kentucky. La carda por ejemplo la no menos prestigiosa Universidad de Kansas, Jayhawks para los amigos, que este año cuenta en su rotación con la friolera de seis freshmen de los que dos no es ya que sean candidatos al one and done sino que son candidatos incluso a entrar en el Top5 del próximo draft. Y hasta puede que me esté quedando corto, habrá que ver cómo evolucionan los acontecimientos en los próximos meses pero créanme que a día de hoy no sería descabellado que ambos fueran nada menos que las elecciones 1 y 2 del susodicho draft. Paso a presentárselos (aunque sospecho que a estas alturas ya les conocerán de sobra): a ambos dos, y de paso al resto de Jayhawks 2013/2014.

***

Wiggins, Embiid, Kansas

Zaid

30.enero.2014

Logo de la Universidad de Kansas


¿Qué les cuento yo a estas alturas de Andrew Wiggins que no sepan ya? Dicen quienes miden estas cosas que desde los tiempos de un tal LeBron James no ha habido otro jugador de instituto que recibiera tanto seguimiento mediático, y aunque hayamos de recordar que también nos pusieron la cabeza mala en su día con Oden, Durant o Wall (por ejemplo), no seré yo ahora quien les lleve la contraria. Pero no estará de más contarles por si aún no lo supieran que Wiggins es canadiense de la parte de Ontario, que es hijo del ex jugador de Bulls, Rockets y Sixers Mitchell Wiggins y de la ex medallista olímpica y aún hoy recordwoman canadiense de 400 metros lisos Marita Payne, que ambos padre y madre se formaron y conocieron en la Universidad de Florida State (razón por la cual los Seminoles estuvieron hasta el último momento en la carrera por llevársele al huerto) y que además tiene dos hermanos mayores llamados Mitchell y Nick jugando también en NCAA, en la lejana Southeastern y la vecina Wichita State respectivamente. Andrew Wiggins vendría a ser un dos/tres (aquí más tres que dos, cabe esperar que en NBA será más dos que tres) de físico espectacular y talento muy por encima de la media, que no destaca tanto por su tiro (lo mejorará, sin duda) como por su agresividad de cara al aro contrario. Y que además tiene una cualidad fundamental a estos niveles, que es que no elude el choque jamás. Otros van encebollados hacia el aro, se les plantifica allí en medio el defensor y puede suceder que se lo coman con patatas (con la consiguiente falta en ataque) o bien que se paren a buscar otras opciones. Él no, el tira p’alante como si tuviera la canasta entre ceja y ceja, y como además sucede que tiene dos muelles por piernas, un tren superior importante y una portentosa velocidad y/o flexibilidad para cambiar de ritmo y/o dirección (y una consideración arbitral por encima de la media, también, es lo que tiene ser famoso) pues por lo general se las apaña para salirse con la suya y que la falta se la coma el defensor. Y si le hacen dos contra uno pues mejor que mejor (para él, se entiende), de hecho esa es quizá su principal imagen de marca, la que verán en cualquier vídeo, su innata capacidad para tirar de potencia, encontrar la ranura y meterse por el medio dejando a ambos dos defensores con un palmo de narices. Obviamente en NBA no le será tan simple, los músculos profesionales no son tan fáciles de voltear pero denle tiempo y seguro que también encontrará la manera.

 

Andrew Wiggins


Todo lo cual por supuesto está muy bien, pero yo no seríayo (ni me aguantarían lo que aguantan) si no les contara también la otra parte. Creo haberme visto ya como una docena de partidos de Kansas (no llevo la cuenta, quizás esté exagerando pero ocho o nueve desde luego que no me los quita nadie) y todavía a estas alturas no me atrevería a asegurar que Wiggins sea un ser humano. Todavía no le he visto jamás sonreír, ni celebrar, ni alegrarse, ni cabrearse, ni protestar, ni exteriorizar frustración ni mostrar ninguna clase de emoción ni hacer la más mínima mueca que me haga pensar que siente y padece, que detrás de ese impasible gesto de esfinge se esconde un jugador de carne y hueso y no un mero robot programado por ordenador. Probablemente corra sangre por sus venas pero él se esfuerza concienzudamente en disimularlo, de hecho no estaría de más que algún día le pincharan para que pudiéramos salir de dudas. Claro que ustedes me dirán (cargaditos de razón, como no podría ser de otra manera) que a ver si todo esto que les cuento tiene algo que ver con su juego. Pues no necesariamente… o eso creía yo, al menos. En sus primeros partidos pensé que esa frialdad gestual no se correspondía en absoluto con su puesta en escena sobre la cancha, que acaso fuera sólo una pose o una actitud ante la vida pero que en modo alguno repercutía en su desempeño. En cambio en estos últimos encuentros me ha dejado más dudas al respecto, véase por ejemplo el que jugó el sábado 18 de enero ante el gran Marcus Smart y sus aguerridos cómplices de Oklahoma State. Duelo en las trincheras, cuentas pendientes para dar y tomar, cuchillo entre los dientes, tanganas por doquier, uno de esos choques que (por recurrir al tópico) separan a los niños de los hombres. En semejantes circunstancias fueron muchos los que se engrandecieron para firmar un duelo formidable (que acabó llevándose al huerto Kansas por un ajustado 80-78) pero no así Wiggins que casualmente aprovecho la refriega para firmar su peor actuación de la temporada, apenas 3 puntos y 2 rebotes en 23 minutos sobre el parquet. Desaparecido en combate, nunca mejor dicho. Prefiero pensar que fuera un hecho puntual, sin más, prefiero (por ahora) pensar que toda esa frialdad sea una pose. Lo que sí es cierto es que se contagia, y quizá por eso a mí a día de hoy Wiggins me deja mucho, muchísimo más frío que sus coetáneos Jabari Parker y Julius Randle, no digamos ya su compañero Embiid…

 

Andrew Wiggins y Joel Embiid


Vi jugar por primera vez a Joel Embiid allá por la pasada primavera, durante uno de esos saraos que algunas afamadas marcas montan para que vayamos conociendo a las estrellas del mañana que aún se encuentren en edad de merecer: McDonald’s All American, Nike Hoop Summit, Jordan Brand Classic y demás eventos varios para yogurines de instituto, ya saben. Me puse a verlo (previa descarga más o menos clandestina) buscando todos esos nombres con los que nos venían bombardeando ya desde meses atrás, los Wiggins, Parker & Randle pero también otros como Aaron Gordon, Tyler Ennis, James Young, Chris Walker o los gemelos Harrison por ejemplo. De Embiid nada esperaba porque nada sabía, de hecho hasta ese momento ni le había oído nombrar siquiera. Pensé nada más verle que sería otro de tantos sietepiés africanos como brotan en estos días pero bastaron apenas un par de movimientos de espaldas al aro para descubrir que no era eso, o que no era sólo eso, que ahí había mucho más que un mero físico. Luego empezó la temporada y de entrada fue suplente, pensé como tantas otras veces que me habría venido arriba fruto de uno de mis habituales ataques de debilidad… hasta que le vi aparecer, para descubrir finalmente que no sólo no me había pasado sino que me había quedado corto. Más allá de su tamaño, más allá de su intensidad, más allá de esos brazos de grúa que le permitían taponar a diestro y siniestro todo lo habido y por haber resultaba que este tío además sabía jugar, y cómo. Te maravillaba que aún en su primer mes como universitario tuviera ya ese juego de pies, pero aún más te maravillaba cuando te contaban que la criatura apenas llevaba un par de años practicando el baloncesto, que antes sólo había jugado al fútbol o al voleibol en su Camerún natal (hecho éste que provocó el asombro del histórico a la par que histriónico analista de la ESPN Dick Vitale, sorprendido al parecer de que existiera el voleibol en Camerún). Si en tan corto espacio de tiempo había conseguido ya desarrollar tan amplia gama de movimientos, producía casi vértigo pensar hasta dónde podría llegar en cuanto progresara un poco más.

 

Joel Embiid


Claro está, de inmediato se dispararon del cero al infinito sus previsiones pre-draft, de inmediato rebasó a Parker, Randle, su compañero Wiggins y demás familia, de inmediato se instaló en un número 1 del que ya no habrá quien le mueva (que por mucho que nos quieran cambiar este juego la carne de cénter bueno sigue cotizándose más que cualquier otra)… y de inmediato comenzaron las odiosas comparaciones, también. Con su procedencia, su físico y sus maneras era sólo cuestión de tiempo que a alguien le diera por rebautizarle como el nuevo Olajuwon, yo no sé usted que pensará al respecto pero a mí estas cosas como que me dan mucho miedo. El cementerio (baloncestístico, entiéndase) está lleno de nuevos Jordannuevos Magicnuevos Birdnuevos Petrovic por poner sólo cuatro ejemplos, un montón de chavales a quienes desde el comienzo les colgaron ya un cartel con el que apenas pudieron durante el resto de sus carreras. Aquellos que alucinamos con el bailarín de claqué tenemos aún tan fresco ese recuerdo que si alguien viene a hablarnos del nuevo Olajuwon es como si nos diera una patada en el hígado. ¿Jugamos a las comparaciones? Miren, yo no llegué a ver a Olajuwon en su etapa universitaria (y bien que lo siento) pero sí les diré que en los años que llevo viendo NCAA sólo recuerdo otro jugador que tuviera ya en su año freshman unos movimientos de espaldas al aro similares a los de Embiid (y aún mejores, incluso), un chaval que jugaba en la Universidad de Wake Forest (pudimos verle aquí gracias a que allí jugaba también un paisano nuestro llamado Ricardo Peral y por eso nos televisaron unos cuantos partidos, si no de qué), provenía de Islas Vírgenes y se llamaba Tim Duncan, tal vez les suene. Duncan luego coincidió con David Robinson y ello le hizo evolucionar hacia la posición de cuatro, hoy bien podemos decir que es quizá el mejor cuatro de la histora pero créanme que de haberse quedado en el cinco también sería hoy uno de los mejores de la historia (y eso ya son palabras mayores). ¿Y voy a decir yo por todo ello que acaso Embiid pueda ser el nuevo Duncan? Pues no, ni loco, ni por asomo (entre otras cosas porque son muy diferentes). Joel Embiid es Joel Embiid, punto, con eso a día de hoy tiene más que suficiente. Recuérdenlo cuando dentro de veinte o treinta años emerja otro pívot de parecido origen y similares características y alguien nos lo venda como el nuevo Embiid. Al tiempo.

 

Embiid dando explicaciones a su técnico Bill Self


Joel Embiid tiene también defectos, sólo faltaría que no los tuviera a tan corta edad y con el poco tiempo que lleva en esto. Uno es obvio y se le curará con los años, la toma de decisiones, el saber cuándo es más adecuado irte por un lado o por el otro, cuándo es mejor jugártela o sacarla (la pelota), cuándo conviene irte al tapón o calmar tus ímpetus… El otro defecto me resulta mucho más preocupante, y creo que si no lo domestica le va a dar grandes quebraderos de cabeza a lo largo de su carrera: Embiid es… (¿cómo se lo diría?) de mecha corta, basta con que le acerques un poquito una cerilla para que explote sin remedio. Embiid tiene pinta de ser (mera elucubración, quizá me equivoque) demasiado noble, el típico chaval criado sin malicia ninguna en las praderas y los descampados de su Yaoundé natal y que no está acostumbrado a que nadie venga a buscarle las cosquillas. Y otra cosa no, pero a estos niveles del hipercompetitivo baloncesto USA los buscadores de cosquillas y los prendedores de cerillas están a la orden del día, me temo. Quien le busca le encuentra, basta con que se lo sepan para que buscarle deje de ser una mera circunstancia del juego y pase a convertirse en estrategia. Si está por ver que Wiggins tenga sangre en las venas resulta en cambio evidente que Embiid tiene demasiada, tal vez no les vendría mal una transfusión mutua, ese mismo duelo al sol ante los Cowboys de Oklahoma State del que antes les hablaba fue también una buena prueba al respecto. Por la posición que ocupa a Embiid le van a dar más que a una estera y no le van a pitar ni la cuarta parte de lo que le den, mejor será que se vaya haciendo a la idea por la cuenta que le tiene. Hoy al tercer mandoble que le sacuden saca el codo (y anda que tiene poco codo la criatura), eso en un baloncesto como éste en el que los codos te los miran con lupa es casi pecado mortal. En lo que llevamos de Big12 sale casi a sanción disciplinaria (técnica o flagrante) por partido, y esto no ha hecho sino comenzar. Ojalá lo controle.

 

Embiid, Ellis y Selden disponiéndose a taponar a Bairstow (New Mexico)


Estos Jayhawks no son sólo Wiggins y Embiid, aunque demasiadas veces lo parezca. Son también otros freshmen de postín como (sobre todo) Wayne Selden Jr., poderoso escolta que en cualquier otra universidad levantaría pasiones y desataría ríos de tinta pero que aquí en cambio queda un poco ensombrecido por los dos bichos antes mencionados, cabe suponer que a partir de la próxima temporada llegará su momento siempre y cuando no se precipite y se tire en plancha al draft, que no debería pero vaya usted a saber; como freshman es también el base Frank Mason, que empezó la temporada como titular hasta que quedó claro que estaba aún más tierno que una lechuga para tan alta empresa, con tiempo y paciencia llegará a ser importante pero por ahora no pasa de brote verde que aporta energía y vitalidad desde el banquillo; como freshmen son también Conner Frankamp y Brannen Greene, eficientes escoltas de buena mano y mejor pinta (sobre todo el segundo), que aparecen aún de pascuas a ramos en la rotación pero con los que seguro que nos iremos familiarizando en años venideros.

 

Bill Self, junto a la mascota de los Jayhawks


Pero no sólo de novatos vive Kansas, no vayan a pensar, de hecho estos Jayhawks apenas serían nadie (aún a pesar de todo lo mencionado) si no fuera por el poso y la solidez que le aportan tipos como Naadir Tharpe, base junior ya consolidado como titular tras el fallido experimento Mason: no es la ilusión de mi vida como director de juego pero cumple con creces el expediente; o como el sophomore Perry Ellis, indiscutible cuatro titular y pieza fundamental por intensidad y calidad, por la cantidad de cosas que aporta y hasta por la atención que recibe y los espacios que genera para facilitar así (aún más si cabe) la eclosión de Embiid; o como la imponente pareja interior que acostumbra a dar el relevo a Ellis y Embiid, a saber, el sophomore Jamari Traylor y el sénior (transfer desde Memphis) Tarik Black, genuino tipo duro de esos que es preferible tener como amigo que como enemigo por lo que pueda pasar. Todos ellos componen el (para mi gusto) mejor equipo que haya tenido Kansas en estos últimos años, al menos desde aquel que se alzó con el título en 2008. Mejor sin duda que el que fue finalista en 2012 agarrado a los fornidos brazos de Thomas Robinson, mejor sin duda que el que hace apenas diez meses flirteó también con la Final Four sin más argumento que (el ligeramente sobrevalorado) Ben McLemore. Uno y otro equipo demostraron una vez más la probada capacidad de Bill Self para sacar petróleo de las piedras, miedo da pensar lo que pueda extraer este año de la mina de oro que tiene a su disposición. Luego pasará lo que tenga que pasar (que es bien sabido que una mala noche en marzo puede arruinarte una temporada entera) pero a día de hoy no veo a nadie con más argumentos que ellos para alzarse con el título a comienzos de abril (y cuando digo nadie quiero decir nadie, es decir, ni los invictos Arizona o Syracuse, ni Michigan State, Wisconsin, Duke, Kentucky, Florida o cualesquiera otros que usted pueda imaginar). Esperemos acontecimientos.