Todos queríamos ser Fernando Martín

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El baloncesto tiene mucho de memoria sentimental. Es un juego en el que los protagonistas tienen algo de héroe, algo de tipos extraordinarios. Gente como Fernando Martín alimentan esa impresión. Ahora que se cumplen 22 años de su fallecimiento en un trágico accidente de tráfico, Theobald Philips compone un artículo abarrotado de emoción y trazo preciso, adobado con algunas gotas de humor y nostalgia, que nos dan una buena idea del calado que tuvo este jugador para ensanchar los márgenes de nuestro baloncesto.

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Todos queríamos ser Fernando Martín

Theobald Philips

3.diciembre.2011

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El mítico gancho “patatero” de Fernando Martín ante Vrankovic, en el Open McDonald’s. Fuente de foto: www.losojosdeltigre.com.

 

3 de diciembre, 22 años desde aquella lluviosa tarde. No, no llovía. Es que, como en la canción de Bowie, la lluvia en mis ojos no me deja ver.

Miserias de la alada fama, la desgracia que entonces tanto nos conmovió, que modificó la programación de algunos medios, se ha convertido en una efeméride que probablemente pasará desapercibida o, como mucho, merecerá alguna breve mención en la vorágine de la actualidad. Menciones que repetirán el cliché de “plata en Los Ángeles-primer español en la NBA-míticas batallas contra Norris”, foto en sepia a que se ha reducido el mito. Quizá eso debería darnos perspectiva sobre la verdadera importancia del deporte…


El otro día, un compañero de pachanguitas demasiado joven para haber disfrutado aquella época y para que mis piernas puedan seguir sus fintas, me confesaba que había visto algunos vídeos de Fernando y que, la verdad, le parecía un jugador bastante limitado.

 


Tenía cierta lógica, en un mundo donde los tipos de 2’08 manejan el balón mejor que muchos 1’95 de entonces. Por ello se me ocurrió que una imagen, en este caso, no valía más que 1000 palabras (bueno, alrededor de 600, que si no el editor de Fiebre me crucifica), que los vídeos no servían porque no son los momentos puntuales, sino el impacto general, lo que hizo a Fernando Martín ser lo que fue.


Por muy bueno que sea lo que veas en Youtube ¿cómo va a explicar que todos queríamos ser Fernando?

 


Lo primero, que los vídeos no pueden transmitir es su impacto, probablemente nuestra primera estrella del baloncesto en el sentido de que su figura tenía una fuerte repercusión fuera de las canchas. “¿Qué quieres ser de mayor?”. “Quiero ser alto, fuerte, guapo, tener dinero, con éxito en todo lo que me proponga y que nadie me diga lo que tengo que hacer”. Si le quitas las mangas y le pones un 10 a la espalda, ese niño quería ser Martín.


Tampoco sale en los vídeos su carácter e independencia, que le conferían ese aura especial de personaje más allá de la estrella del deporte, capaz de arrostrar improperios y acusaciones de desertor por soñar la NBA (con García a la cabeza, lo que era cosa seria), y de ganarse fama de arisco e intratable por no condescender, decir lo que pensaba y vivir según sus principios. Fama injusta, que en el trato corto con el aficionado que se acercaba a él sin invadir su intimidad se disolvía cual azucarillo (recuerdos de una conversación en el vestíbulo del hotel de Atenas…pero voy ya por 442 palabras).


Baloncestísticamente, es todavía más difícil trasladar en imágenes el asombro que, en un mundo de gigantes lentos, suponía la irrupción de aquel fortachón de 2’05 que corría como las balas y remataba los contraataques como un alero (entonces no había escoltas ni cuatros, sólo bases, aleros y pívots). Sí, eso estaba bien para algún inalcanzable genio yugoslavo (como Cosic) o para algún imberbe de color cursando estudios universitarios allende los mares de los que se veían sólo de cuando en cuando, no en nuestra liga pero, ¿un madrileño?


Creo que ni siquiera Gasol ha causado en ese sentido tanto impacto, porque Pau es una versión corregida y aumentada de algo familiar, que ya existía, pero lo de Fernando fue la aparición del primer jugador moderno: ‘Un yanqui en la Corte del Rey Arturo’ o ‘El final de la cuenta atrás’.


3 de diciembre, 22 años desde que quien yo quería ser, ya no es. Gracias, Fernando.

 

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