Alud dorado

Todos quisimos obviarlo, preferimos transitar por una inopia autoinducida para disfrutar de una temporada regular trufada de registros gargantuescos, pero en el fondo sabíamos que el destino del curso NBA 16/17 quedó sellado el pasado 5 de julio, día en el que se anunció el final de aquel cortejo veraniego celebrado en una suntuosa mansión de los Hamptons: los Golden State Warriors, poseedores del mejor registro de siempre en una regular season (73 victorias), firmaban a Kevin Durant.

Sellado salvo lesión de importancia, se entiende.

El poderoso engranaje ideado por Steve Kerr sumaba a un MVP (5 veces miembro del mejor quinteto de la NBA, 8 veces All Star y 4 máximo anotador de la liga) a sus filas, un perfil de 7 pies al que su rango de tiro y manejo de balón convierten en virtualmente indefendible. Y, por si eso no fuera suficiente, la motivación extraordinaria de KD y su envergadura y dinamismo elevarían a la excelencia el rendimiento defensivo de un equipo al que no se le suele reconocer su dominio insultante en ese lado del campo, como parte de una adaptación académica a los estándares de esa NBA moderna que arrincona gradualmente a los gólems de antaño.

Así, los de la Bahía despacharon 67 victorias y un pleno histórico en los playoffs para esperar de nuevo en las finales al monarca del Este, en la 3ª final consecutiva entre Warriors y Cavaliers.

Porque, como es dogma desde hace 7 años, Lebron James es el mejor equipo de su conferencia.

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James aumenta su leyenda, incluso en la derrota. Fuente fotografía: thebiglead.com

El juggernaut de Akron llegaba por séptima vez consecutiva (8ª en total) al escalón previo al anillo, para volver a desafiar a un rival que disparaba hasta el infinito su potencia de fuego sustituyendo a Harrison Barnes por Durant. Posiblemente el mejor equipo de la historia de la NBA, un reto aún más titánico que la gloriosa remontada de un año antes. Y ni un James gargantuesco (triple-doble de promedio, logro nunca antes alcanzado en la serie final), ni las explosiones puntuales de Irving (78 puntos anotados entre el tercer y el cuarto partido) y Love, serían suficientes ante un Durant hambriento y rodeado de excelencia.

Los Cavaliers compitieron con orgullo en los 3 últimos partidos (ganando un 4º en el que batieron varios registros de siempre de las finales, incluyendo el de anotación en la 1ª parte y el de triples totales convertidos), pero la apisonadora coral de Kerr (30.6 asistencias de media en las citas celebradas en el Oracle), acaudillada por Durant (35.2 puntos, 8.4 rebotes, 5.4 asistencias y 1.6 tapones en su hoja estadística, MVP sin discusión), acabaría engarzándose la joya más preciada del baloncesto mundial. Y firmando por el camino el mejor balance nunca visto en unas eliminatorias por el título: 16 victorias por una única derrota.

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Durant pisa la tierra prometida. Fuente fotografía: nba.com

El liderazgo y rol de letal navaja suiza de Green, la genialidad de Curry (26.8 puntos, 8 rebotes y 9.4 asistencias, como brillantísimo segundo espada), el esfuerzo defensivo y los chispazos en ataque de Thompson, un genial Iguodala en el 5º partido… los mil recursos de los californianos fueron demasiado para unos Cavaliers que se desmoronaban cual castillo de naipes en los escasos descansos de su líder absoluto (+31 para los Warriors hasta el 4º partido en los minutos sin Lebron en pista, +6 para los Cavaliers con The King en el cuadrilátero).

El Rey del Este no pudo doblegar en esta ocasión a un equipo que, con Durántula en sus filas, profetiza una dinastía a la que no se atisba horizonte.

@Juanlu_num7

 

La redención del profeta

«Let the rain wash away

all the pain from yesterday.»

 

El mayor erial del deporte estadounidense llevaba más de 5 décadas afincando en Cleveland. Desde que los Browns se hicieran con el título de la NFL en 1964, las decepciones se apilaron hasta sepultar bajo ellas a generaciones de aficionados, los mismos que han asistido en la última era al advenimiento, traición y promesa de redención de su Mesías. El chico de Akron que les devolvió a la primera plana mediática y les condujo hasta sus primeras finales de la NBA en 2007, el mismo que les abandonó jugando con sus emociones en la tan justamente recriminada The Decision, para regresar después con la promesa de dejarse la vida deportiva por ver a su hogar en la cima: Lebron James fue siempre el asidero de la ilusión en The Buckeye State.

Pero, por si una maldición con 52 años de vigencia no era suficiente, otro formidable enemigo se interponía entre joya y juggernaut. Un conjunto histórico, que destruyó las Tablas de la Ley del baloncesto a golpe de ritmo y triples desde todos los ángulos y distancias. Tras superar a un colosal (y quijotesco) Lebron en las pasadas finales, los Golden State Warriors de Steve Kerr repetían viaje dejando algunas pequeñas dudas por el camino de la postemporada, pero con el pantagruélico logro de las 73 victorias en regular season como muestra de un poderío nunca antes presenciado.

Los Cavaliers presentaban un arsenal mayor esta vez, con las vergüenzas defensivas de Love al desnudo (imposibles de esconder ante los quintetos bajos y versátiles de los californianos) pero con Kyrie Irving y su talento a la hora de generarse sus propias canastas al servicio del monarca. Y, pese a ello, se hallaban 3-1 abajo en la serie. Un muro insalvable en la historia de la final de la NBA.

Insalvable, hasta ahora…

Porque James y su orgullo no podían aceptar una nueva decepción, y desataron todo su poderío físico y técnico sobre los fastuosos Warriors. Cada gesto, cada acierto desde media y larga distancia, cada irrupción imparable en la pintura, cada tapón fulgurante sobre Curry… cada pequeña victoria era una piedra más, en pos de la remontada que ningún otro equipo había logrado.

«I came for a reason, and that´s to bring a championship to the city of Cleveland.»

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Lágrimas de campéon. Fuente fotografía: washingtonpost.com

109 puntos, 35 rebotes, 29 asistencias, 9 robos de balón y 9 tapones: la producción bruta generada directamente por Lebron en los últimos 3 partidos de la final se ha llevado por delante como un vendaval a Curry, Thompson, Kerr y a todos los Warriors. Los 41 puntos por cabeza de Irving y de The King posibilitaron el que la serie retornara a Cleveland tras el 5º partido, y el triple-doble antológico del #23 acabó ayer con el eterno maleficio en el séptimo. Ambos en el intimidante Oracle Arena. The Chosen One se echó todo un estado a sus espaldas, para dejarlo en el lugar que sus gentes ansiaban y cerrar el círculo iniciado en aquel draft de 2003 cumpliendo con su promesa de hace dos veranos.

Los mil recursos de Irving, la voracidad reboteadora y actividad defensiva de Thompson, el trabajo y rachas de acierto de J.R Smith, la humildad de Love en la aceptación silenciosa de su nuevo rol… la victoria tiene muchas caras, pero ninguna como la del injustamente catalogado como eterno perdedor hasta hace unos pocos días. James no es Jordan, ni Magic, ni Bird, ni Kobe… Ni falta que le hace. Tiene un poco de todos ellos y ha logrado algo que ninguno logró: ser profeta en su tierra, aprendiendo de sus errores por el camino.

Y, si existe la plenitud, debe ser algo muy parecido.

@Juanlu_num7