Los chicos de Amaya

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El talento de Josep Pastells ignora las barreras de lo impensable. Impulsado por su instinto narrativo, Pastells nos ofrece su séptima entrega de relatos centrados en el microcosmos que se crea cada vez que un grupo de colegas juega una pachanga. En esta ocasión, introduce en la ecuación un factor muy interesante. Se trata de la mirada de una ‘extranjera’, una chica ajena por completo al mundo del baloncesto hasta que un día…Se descubre cautivada por la determinación con la que disputan una pachanga los chicos que juegan en la cancha que hay enfrente de su casa. Luchar reír, gritar…Hay una energía universal que emana de un partido cualquiera en una cancha cualquiera. Y Josep sabe cómo proyectarla.

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Los chicos de Amaya

Josep Pastells

22.octubre.2010

 

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Aunque lo pudiera parecer por el título, este relato no versa sobre Amaya Valdemoro y sus hazañas. Eso sí, a la protagonista no le importaría tener el mismo éxito que tiene la capitana de la selección femenina de baloncesto con su deporte, pero cambiando la palabra basket por chicos… Fuente de foto: adn.es.

 

Me llamo Amaya y nunca he jugado al baloncesto. Nada que ver con la Valdemoro, ni con ninguna de las doce chicas que hace poco conquistaron el bronce para España en el Mundobasket de la República Checa. Tiempo atrás ni siquiera hubiera sabido que mi tocaya es capitana de la selección, entre otras razones porque jamás me hubiera interesado por un deporte en el que acostumbran a destacar las más altas. Yo apenas supero el metro cincuenta y dudo que aunque lanzara el balón con todas mis fuerzas fuera capaz de llegar al aro. Además, nunca me han motivado los deportes de equipo. Prefiero ir a mi rollo, si acaso algo de running o, como mucho, alguna clase colectiva de pilates, donde al fin y al cabo sólo hay que hacer lo que dice la monitora y no tienes que entenderte con nadie más.


El caso es que hace poco cambié de vida. O por lo menos de chico y de casa, que es casi tanto como cambiar de vida. Todavía no tengo chico, pero mi casa, mi piso, da justo enfrente de una pista de baloncesto. Es una de esas pistas cutres de barrio, pero nunca me han disgustado las cosas cutres. Ni tampoco los hombres cutres, para qué vamos a engañarnos. La razón está clara: me considero una mujer cutre. Pero cuidado, no entendáis que soy sucia o descuidada; lo digo en el sentido de pobre, de mala calidad. Pensaréis que me gusta autoflagelarme. No es así. Soy sincera, eso es todo.


Sé cómo soy, no me importa admitir mis limitaciones. Al fin y al cabo, la mayoría de la gente es como yo: del montón. Como estos chicos (bueno, hombres) que los sábados por la mañana juegan un partidillo en la pista de enfrente. Si no los viera con mis propios ojos, me partiría de risa si alguien me dijera que alguno de ellos juega al baloncesto. La mayoría son bajos, más bien gordos, tirando a feos. Y sin embargo me gusta mirarlos. Sin que ellos me vean, por supuesto, que para eso están las cortinas. No es que haya alguno que me guste especialmente. Me gustan todos.


Y no estoy hablando de una sesión de sexo grupal, sino del espíritu que me transmiten cuando les veo correr, saltar, fallar sus tiros la mayoría de las veces, rebotear, luchar, reír, gritar… Se nota que se lo toman muy en serio sin dejar de divertirse, que han convertido esta cita de los sábados en uno de los momentos culminantes de la semana, que para ellos el baloncesto no sólo es un deporte, sino una forma de relacionarse y de vivir. Espero ansiosa cada sábado. Disfruto tanto espiándolos –observando cómo se mueven sobre la vista e imaginándome cómo se llaman, qué clase de vida llevan, si están o no enamorados y muchas cosas más– que sólo me falta ponerme a comer palomitas tras la cortina.


No sé si mi actitud es muy normal, pero me da lo mismo. Yo me lo paso muy bien y, como que una cosa suele llevar a la otra, he empezado a interesarme por el baloncesto. Claro que ni la ACB ni la NBA pueden hacer sombra a mis chicos, a los partidos en directo en la pista cutre de barrio, a la emoción que me provoca saber que un día de estos me animaré a bajar para verlos de más cerca, quién sabe si para decirle algo a alguno de ellos.