Historia de dos partidos

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Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias en la victoria y de la incredulidad por la marcha del marcador; la era de la luz y de las tinieblas en el juego; la primavera de la esperanza de victoria y el invierno de la desesperación por perder lo ganado. Todo lo poseían ambos equipos, pero no tenían nada; caminaban en derechura al cielo de sus objetivos y se extraviaban por el camino opuesto. En una palabra, aquel partido era tan parecido a la actual trayectoria de Estudiantes y Fuenlabrada que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.

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Historia de dos partidos

Theobald Philips

15.abril.2013

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Sí, el partido son cuatro cuartos. Pero Fuenlabrada solo jugó tres, y casi lo paga
 Fotógrafo / fuente de foto: Lydia Calvo /www.fuenlafreak.com

Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias en la victoria y de la incredulidad por la marcha del marcador; la era de la luz y de las tinieblas en el juego; la primavera de la esperanza de victoria y el invierno de la desesperación por perder lo ganado. Todo lo poseían ambos equipos, pero no tenían nada; caminaban en derechura al cielo de sus objetivos y se extraviaban por el camino opuesto. En una palabra, aquel partido era tan parecido a la actual trayectoria de Estudiantes y Fuenlabrada que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.

 

No podemos menos que parafrasear al maestro Dickens al recordar un partido que, por lo extraño de su desarrollo, aun ahora parece increíble. De un partido que fueron dos, y que ahorraría a un cronista de moral laxa la necesidad de redactar la historia del último cuarto, pues bastaría con volver a utilizar la del primero, pero cambiando el orden de los equipos en las frases.

 

Partido surrealista en el que, a los problemas físicos de Estudiantes (Germán, Clark…) se oponían los del baby boom fuenlabreño (Valters en letonia y un insomne Cortaberría haciendo bueno aquello de que a los niños no les traen las cigüeñas, sino los murciélagos, porque siempre llegan a altas horas de la madrugada); en el que los colegiales tenían la necesidad colegial de ganar para que no se le escapara el playoff, y los sureños la de no perder para poner tierra de por medio con la línea roja del descenso.

 

Así, que, todos en tensión, balón al aire y… el aire se convirtió en un huracán naranja que barrió a Asefa de la cancha. O quizá ni todos estaban en tensión ni en realidad hubo barrida, y lo que pasó es que los propios jugadores estudiantiles se apartaron para dejar pasar a sus rivales pues, aunque Txus Vidorreta dijera que lo único que había pasado era que se habían fallado algunos tiros claros y eso les había descentrado, desde la tribuna lo que se veía era un equipo apático, que no corría ni peleaba los balones divididos, cuyos jugadores aprovechaban las alternancias defensivas para tener la consabida coartada de “ese no es mío” cuando los del Fuenlabrada tiraban solos. Y a los del Fuenlabrada, sobre todo ahora que Mainoldi ha vuelto del lugar en el que ha estado perdido, no se les puede dejar solos (3/5 2p., 5/6 3p.).

 

La primera canasta de Estudiantes llegó de la mano de Germán a los cuatro minutos y medio. Y, hasta dos minutos después, no se volvió a mover la red visitante, de nuevo por impulso de Gabriel al poste. Y, a esas dos, para completar un lamentable 3/16 en tiros de campo, solo se añadió en el último minuto del cuarto un palmeo de Daniel Clark. Si no hubiera sido por los seis balones que perdieron los de Poch en estos diez minutos, el 6-21 (-1 – 30 val.) habría sido un resultado demasiado corto.

 

Como ya le ocurrió ante Manresa, el segundo cuarto del Fuenlabrada fue para tomar aliento. Sin apretar el acelerador pero sin perder la tensión competitiva, Gladyr tomaba el relevo anotador, Colom y Sánchez mantenían la manija del partido haciendo que Ferrán no maldijera los horarios de los vuelos desde el aeropuerto de Riga, y Kurz curaba en el banquillo su precipitación a la hora de hacer faltas, sin que sus compañeros le echaran de menos en demasía. Evidentemente, Estudiantes subió el nivel, pero solo hasta el punto de igualar el de sus convecinos (14-14). Eso sí, psicológicamente, el triple desde el centro del campo con banda sonora de bocina final que encestó Jayson Granger parecía dejar las espadas en todo lo alto ¿Solo quince puntos (30-45), después de todo? No había nada perdido, con salir con el cuchillo entre los dientes en el tercer cuarto…

 

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Feldeine cogió su fusil en el tercer cuarto. Luego las lanzas se volverían cañas

 Fotógrafo / fuente de foto: Fran Martínez / www.fuenlafreak.com

 

Pero el efecto psicológico se debió ir por el desagüe de la ducha y el cuchillo se lo quedó el afilador, para que irlo amolando, porque lo que vimos fue de nuevo un acelerón de Fuenlabrada que añadió siete nuevos (y, a la postre, preciosos) puntos a su ventaja. Colom seguía siendo el de principios de la pasada campaña, y Feldeine calmaba con puntos los intentos de Kuric y Granger de engancharse al ritmo de partido, visto que Estudiantes no podía tirar del saber hacer de Germán, que resentido de su lesión no pudo volver a jugar.

 

46-68, algarabía naranja en los altos del Palacio, cierta desesperación en el fondo de la calle Jorge Juan, y diez minutos de la basura por delante para manejar el marcador. O eso parecía, hasta que apareció “La Sombra”. Lamont Barnes, el hombre para todo, empezó a moverse en ambas zonas, provocando pérdidas y poniendo tapones atrás, y encestando delante; de la mano del pívot, Kuric calentó la muñeca y los jóvenes Jaime Fernández y Vicedo apretaron las tuercas en la presión. Punto a punto, pase a pase, Fuenlabrada se atascó en la nada (9 pérdidas en este cuarto, para 22 totales), no consiguiendo inaugurar el marcador hasta pasados seis minutos y medio (3p. Mainoldi). Como dije al principio, una repetición invertida de lo ocurrido en el primer cuarto.

 

El atasco de Fuenlabrada en el último cuarto fue monumental, no solo en la cancha, sino también en el banquillo. Colom, desfondado, se convertía en un agujero negro mientras Trifón esperaba que aquel imposible vuelo de Riga aterrizara para darle descanso; Muñoz y Laso, inéditos cuando la ventaja hubiera permitido meterles en ritmo de juego, aparecían fríos en cancha cuando las diferencias ya apretaban. Así, entre pérdida y regalo del Fuenlabrada, Barnes y Kuric, Kuric y Barnes, seguían su diálogo atacante para los estudiantiles, solo ayudados en este cuarto por un solitario tiro libre de Jaime.


Trifón dijo que nunca vio perdido el partido, que no había tiempo para remontar. Aun así, cuando con 70-74 tras palmeo de Barnes y quedando pocos segundos, Kurz sacó un regalo de San Valentín a las manos de Kirksay, un nudo se apretó en las gargantas del sur de la Comunidad madrileña; menos mal que el bueno de Rob salvó los muebles con un tapón sobre el franco-americano, certificando a duras penas la victoria.


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