El Dalai Lama, los cuentos góticos y los jóvenes altos que se gustaron

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La madre de los hermanos Gasol, Marisa Sáez, mide 1’89 y trabaja como médico; el padre de los hermanos Gasol, Agustí Gasol, mide 1’94 y se gana las habichuelas como enfermero. A ambos los presentaron amigos comunes porque “éramos muy altos y pensaban que podríamos encajar”, en palabras del propio Agustí. Bendita intuición. Estos JJOO han sido como un cuento gótico para los aficionados al baloncesto español. Pero un cuento gótico, como en las mejores películas de Tim Burton, en el que las primeras apariencias engañan y entre las rendijas de lo terrible se cuelan suficientes estelas de luz como para mantenernos asombrados frente a la pantalla.

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El Dalai Lama, los cuentos góticos y los jóvenes altos que se gustaron

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Pedro Fernaud

11.agosto.2012

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Tercera final olímpica para España, tercera frente a EEUU, ¿a la tercera va la vencina? Fuente de foto: acb.com



España dejó buenas sensaciones frente a China y Australia y se entregó a la dejadez autodestructiva frente a Gran Bretaña, Rusia y Brasil. Lo llaman el desgaste de la primera línea de éxito. Tu mente quiere competir, pero tu cuerpo no responde. Hay algo dentro de ti que te dice que no merece la pena dejarse la energía para repetir una experiencia que en el mejor de los casos es una agradable rutina. Son reflejos de un inconsciente indomable; todos los llevamos dentro, una parte de nosotros adora el hedonismo, la placidez y la dejadez. Más si estamos en agosto.

Nadie se lo reprocharía a sí mismo, más cuando la gente de tu empresa, de tu equipo de trabajo (tú mismo) tiene sus cuentas ‘atufadas’ de dinero. Pero hablamos de deportistas de élite. Gente esculpida a golpes de sacrificio, lucha, coraje y cantidades industriales de amor propio, talento y determinación ganadora.

Con esos ingredientes, y el bonus track de dominación mental que da haber subyugado a los franceses en los últimos años, franqueamos la barrera de cuartos, donde los hermanos Gasol ofrecieron un recital de cómo pasar (y a menudo también anotar) en el poste bajo, Llull mostró su versión más completa en las dos orillas (vital su ‘secamiento’ de Parker en los últimos minutos) y Navarro dejó algunos destellos de esa clase que le distingue como el ‘yugoslavo’ (por facilidad, por fluidez, por carisma) de este grupo.

Dicho lo cual, nos plantamos en semis contra Rusia, que es como decir que en la boda de tu hermano te sientan al lado de esa preciosa chica que te obsequió unas elegantes calabazas cuando todo empezaba a irte razonablemente bien y empezabas a dejar de creer en los límites (aquella inolvidada final del 2007, en Madrid, contra los rusos con cara de no vivos que nos robaron la alegría de reinar en casa). Rusia, además, se había permitido la descortesía de repetir la afrenta en el ecuador de la fase de grupos. Son gente digna de figurar en un cuento de Allan Poe estos eslavos. Tienen cuerpos elásticos y mentalidades intercambiables, por eficientes y por inmunes a la intimidación.

Los nietos de Belov son al baloncesto europeo lo que los estadounidenses al baloncesto mundial: altos, fuertes, coordinados y versátiles hasta decir acierto. Tanto que te agobian. Tú piensas que has hecho un buen trabajo neutralizando a sus dos principales puntales, Kirilenko y Shved (compañeros de Ricky en Minesota para el próximo curso). Y, de la niebla, surge la eficacia de gente como Ponkrashov o Kaun, que te hunden en las dudas de los últimos días; esas jornadas en las que empiezas a pensar más de la cuenta y titubeas hasta con las cucharadas de colacao que tienes que echarte en la leche del desayuno.

España se negó a sí misma en ataque con fruición, 20 puntos en la primera parte; una cantidad tan irrisoria que desde 1968 no nos íbamos a la caseta olímpica con un guarismo tan pobre. Cinco años después, se filmó el Exorcista, que en el primer visionado provoca oleadas de miedo y estremecimiento. Pero que en la vigésima visita (créanme, existen esa clase de conjuros) genera hasta risas. Algo parecido a lo que sucede cuando uno contempla este España-Rusia con perspectiva.

La primera idea estaba clara: peor imposible. La segunda, la dieron los veteranos: “vamos a mover el balón, tengamos paciencia y busquemos tiros cómodos”. De repente, la trama entró en una fase de puro encantamiento. Los fantasmas tenían alma (y buenas dosis de generosidad). Tanto que nos dejaron resucitar. Fue conmovedor apreciar el cariño que los rusos profesaban a los hermanos Gasol, con una dedicación en forma de sándwiches amorosos que despertaron la nostalgia de Madonna Louise en su refugio londinense. Tantas muestras de amor, dejaron un hueco en el aro ruso (inspirar a una generación) que los arqueros españoles, sobre todo Calde y Rudy, supieron rentabilizar en vistosos triples. Tiempo para la revolución.

De repente, la vida era un  ejercicio de optimismo. Si la creatividad fluye, es más fácil aplicarse en las tareas domésticas. Como bien señaló Scariolo al final del encuentro, Llull, San Emeterio y Reyes fueron capitales en defensa. Y esas mañas con la aspiradora, tuvieron reflejo en forma de contraataques, que gente como Llull o Pau supieron concretar en plasticidad y acierto. Los triples caían con nieve y a los rusos les entró el síndrome del ‘miedo a ganar’, bien expresado en su día por Cesc Fabregas.

Ningún rencor por nuestra parte. Resultó un alivio saber que Kirilenko también tiene momentos para ser vulnerable. Entretanto, los bases rusos se dieron el pase al hueco, negocio sin casi futuro salve que te apellides Laudrup o Zidane. Y en esa dinámica, surgió el arte. Marc Gasol se disfrazó de Jabbar (en cuartos se había vestido de Sabonis) y ejecutó un gancho del cielo que nos emocionó, por estético y por intuitivo (la musa Victoria acostumbra a premiar a los valientes). Lo demás, vino rodado, nuevas lecciones en el poste bajo: más robos en defensa y hasta un poco de suspense, con un par de pérdidas y la antideportiva de Calde, para que los amigos franceses no piensen que hemos traicionado de un día para otro ‘el suspense olímpico’.

España está en la final. La gente que amamos este deporte sentimos satisfacción, orgullo y…Hambre. Sin esa ambición, nunca nos podremos colgar el oro universal. Pero como dijo Marc, antes del postre, paladeemos este triunfo como se merece. Marisa y Agustí seguro que lo están haciendo. Su amor y sus valores han modelado parte esencial de un sueño con trazas de inspiración colectiva. En tiempos difíciles, gestas audaces. O como diría el Dalai Lama, si yo puedo, tú puedes. Palabra de maestro océano.

 



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