El canto de un duro

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Una colección de rutilantes talentos contra los maestros del ajedrez del baloncesto. Algo así deparó el duelo entre Panathinaikos y CSKA Moscú. Theobald Philips nos explica las claves del encuentro con gracia y estilo.

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El canto de un duro

Theobald Philips

14.mayo.2012

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Fuente Foto: www.euroleague.net

La cara es espejo del alma. El paseo del CSKA no fue tal.




Nadie daba un duro por Panathinaikos. El dinero en deporte profesional lo es todo y este año, escarmentado por la debacle del anterior, CSKA había juntado a las más prometedoras estrellas de la liga rusa (Khryapa, Kaun, Shved, Vorontsevitch, Ponkrashov…), dos de los mejores mercenarios de los Balcanes (Teodosic y Krstic), un veterano del Báltico (Siskauskas) y, por encima de todos, al gran Kirilenko, soldado de fortuna en tierra de mormones, que renunció a volver a la NBA tras el lockout para conseguir devolver la corona europea a su equipo. Con tan imparable mezcla de físico y talento, CSKA arrasó sin que prácticamente nadie pudiera hacerle frente, plantándose en Estambul con todas las papeletas para llevarse el triunfo. Por el contrario, en Atenas el dinero ya no fluye como antes. Frente a la nómina rutilante de otras temporadas, el equipo de Atenas parece menos temible: extranjeros veteranos, con oficio pero ya en su cuesta aparente cuesta abajo, y una falange de duros y oscuros jugadores griegos entre los que sólo destaca el talento de Diamantidis. Y Obradovic, claro.


Un Zeljko que, como Milcíades en Maratón, sorprendió a las tropas rusas lanzándose contra ellas en vez de esperar el choque. La consigna era clara: en defensa, que los rusos no corrieran y, en ataque, que en el pick&roll los pívots cortaran endiabladamente hacia dentro para que los dos mariscales de campo, Diamantidis y Jasikevicius, les dejaran solos bajo canasta. El balón en manos griegas circulaba, entraba y encontraba a Maric o a Batiste sueltos; y, si los interiores moscovitas lograban recuperar la posición, salía otra vez al lado débil para que, desde el 6’75 (Sato, Saras), se machacara el aro. El CSKA se mostraba como una lista de jugadores, de forma que sólo a base de destellos individuales conseguía alguna canasta. ¿Equipo contra banda (por muy buenos que sean los de la banda)? 29-15 al primer cuarto, donde Panathinaikos dio una auténtica lección de baloncesto.


Los del ejército ruso no podían permitir que les metieran 30 puntos por cuarto así que, en el segundo, dieron una vuelta de tuerca en defensa. Descansando el talento griego en la posición de base, el balón ya no fluía igual y por ello tanto los pívots como los exteriores atenienses encontraban ahora sólo aro y agua donde antes acariciaban por dentro la red. Además, también tuvo que descansar Sato, cuyos músculos habían controlado el talento de Kirilenko durante los primeros diez minutos. Andrei pudo despertar y, aunque su equipo siguió metiendo sólo canastas aisladas, no por juego colectivo, una canasta aislada es más que ninguna canasta. Cinco puntos nada más pudieron añadir los de Obradovic a su cuenta hasta el descanso, de manera que en las duchas tenían a los moscovitas al acecho (34-32).


La igualdad se mantuvo en la reanudación, y sólo al final del tercer cuarto el orgullo de Diamantidis y Kaimakoglu dio cuatro preciosos puntos de ventaja a Panathinaikos (55-51). El único jugador realmente constante de CSKA, Kirilenko, logró remontar y poner a los suyos por delante a tres minutos del final (59-60); ni Krstic, ni Teodosic, ni el voluntarioso y normalmente omnipresente Siskauskas lograban ayudarle. Sólo el talentoso Shved decidió al final acompañar al ex-Utah y mostrarnos todo el futuro que puede tener.

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Fuente Foto: www.euroleague.net

Kaimakoglou fue uno de los más destacados de su equipo. El orgullo de los jugadores griegos del Panathinaikos hicieron casi posible el milagro.


Pero los verdes, como los otros verdes, no se rinden nunca. La vuelta de un meritorio y ayer clave Kaimakoglu, que hizo un auténtico partidazo, más ese hambre lituana de triunfo que responde al nombre de Jasikevicius, golpeó el marcador con cinco puntos consecutivos, con poco más de minuto y medio por jugar. 64-60, la cifra del miedo. Miedo a ganar y miedo a perder, miedo extraño en gente que normalmente no lo tiene. Manos normalmente duras que se ablandan, tanto en el tiro libre (Shved, Teodosic) como en el de campo (Batiste, Jasikevicius), figuras que dejan de figurar (Kirilenko, Saras), muñecas que se arrugan a la hora de montar el triple ganador (Diamantidis)…hasta pitos que se tragan (esos pasos, esas fueras de banda, esas faltas), porque el miedo es libre y en un final de embarrado infarto pitar o no, meter o no, te coloca en el punto de mira.

Del desconcierto del minuto final, salió ganando el CSKA por 64-66. Pero esa victoria fue por el canto de un duro, el canto de ese duro que nadie daba por Panathinaikos…

 




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