El asombroso caso de Míster K

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Josep Pastells, el talentoso escritor gerundense que presta su imaginación a Fiebre Baloncesto, compone un relato pegadizo y sorprendente, para mostrarnos cuál es uno de los grados más altos de fiebre por el baloncesto…Cayetano Kingston no es el típico anciano que vive recluido en su hogar y colecciona balones de baloncesto como quien acumula trastos, basura o gatos que se reproducen a la velocidad de la luz. Ni siquiera es de esas personas que, al hacerse mayores, consumen buena parte de las horas ante el televisor, evitando al máximo el contacto con los demás y volviéndose cada vez más hurañas.

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El asombroso caso de Míster K

Josep Pastells

19.junio.2011

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Lo más parecido en el mundo real a Cayetano Kingston, el protagonista de este relato, es Velimir Perasovic, extraordinario jugador y actual técnico de la Cibona de Zagreb; siempre pensando en el baloncesto, hasta el punto de confesar que siempre lleva un balón en el maletero de su coche por si se presenta la ocasión de echar unos tiros. Fuente de foto: cibona.com


 

Kingston, a partir de ahora K, colecciona balones de baloncesto, sí, y se pasa la mayoría del tiempo frente a la pequeña pantalla, es cierto, pero no es para nada un ejemplo del Síndrome de Diógenes. Para empezar, pasea a menudo por la calle. Y su piso del getafense barrio de la Alhóndiga presenta un aspecto inmaculado. K casi no ensucia y, por lo tanto, tiene que limpiar muy poco. Pero limpia, y tira la basura cuando hay que tirarla y, pese a renunciar voluntariamente a cualquier tipo de lujo, puede afirmarse, y así lo corroboró la trabajadora social de ojos verdes que le visitó meses atrás, que vive en condiciones muy aceptables.


Otra cosa muy distinta es que K, jubilado anticipadamente hace ya una década a causa de un trastorno cardíaco que le obliga a tomar pastillas con la insistencia de un drogadicto, esté completamente obsesionado con el baloncesto.


No en vano, en su Puerto Rico natal había llegado a destacar como alero elástico y efectivo en algún equipo aficionado, y ya en España jugó con relativo éxito en conjuntos de barrio hasta que se dio cuenta de que si quería sobrevivir no le quedaba más remedio que dedicar todo su tiempo al trabajo, ocho horas en la fábrica de tornillos y casi ocho más en chapuzas diversas como fontanero o carpintero. Hasta que su corazón dijo basta y K, eterno soltero sin más interés por las mujeres que el derivado de la necesidad de follar tres o cuatro veces al año en algún puticlub de mala muerte, recuperó todo el tiempo del mundo para el baloncesto.


Ahora es feliz, muy feliz. Sigue comprando algún balón  de vez en cuando, pero cada vez menos. Ya no sabe dónde meterlos e incluso la trabajadora social se extrañó al ver una habitación entera repleta de balones de todos los colores. Pero K es feliz porque en Getafe muchos niños juegan a baloncesto en los parques. Y él los observa e intuye de inmediato si tienen o no madera para este deporte, si disfrutan de veras o sólo están pasando el rato.


Y luego están las ligas que se disputan en la ciudad. Femeninas y masculinas, desde cadetes hasta seniors. K querría seguirlas todas, pero es físicamente imposible y se limita a hacer lo que puede, que es mucho. Durante los sábados y los domingos, desde las nueve de la mañana hasta las nueve de la noche, es fácil verlo en las gradas de cualquiera de los pabellones de Getafe. Gozando, deleitándose, apasionándose como ha hecho siempre desde que tuvo que dejar de jugar y se convirtió en espectador.


De vez en cuando, no muy a menudo porque la pensión no da para más, K presencia en directo algún partido del Estu o del Real Madrid. Lo más habitual, sin embargo, es que los siga por la tele. No sólo a los equipos madrileños, por supuesto. La oferta televisiva es tan amplia que casi cualquier día, a cualquier hora, K puede ver algún partido de la NBA, o de la liga portorriqueña, o de la mozambiqueña.


K devora el baloncesto, celebra cada canasta, cada asistencia, cada tapón, lamenta la pérdida de intensidad que afecta a muchos equipos en algún momento del partido, felicita a los ganadores, anima a los perdedores, siente que su vida tiene sentido porque, de una u otra manera, su presencia, su apoyo, llegará a los que se dejan la piel en la pista, lamenta no tener más tiempo para ver todos los partidos que se disputan en todos los rincones del planeta, sueña de vez en cuando con él mismo jugando en la mejor liga del mundo, o por lo menos en la ACB, logrando alguna medalla olímpica, levantando copas, colgándose medallas…


K vive para el baloncesto cada uno de sus días y al llegar la madrugada, cuando considera que ya es hora de irse a la cama, dedica a sus balones un “Buenas noches” más cariñoso que el que jamás haya dicho a persona alguna.



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