El ‘21’ con Rebeca

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El baloncesto jugado de un modo amistoso e intrascendente puede estar lleno de sorpresas y competición. Así lo demuestra con su octavo relato para Fiebre Baloncesto Josep Pastells. Pastells cincela una pieza inesperada y verosímil sobre cómo se puede sustituir la adrenalina de una pachanga si realmente hay pasión por el baloncesto. El resultado es un entretenido cuento en primera persona lleno de ternura y sabor baloncestístico donde se entremezclan espontaneidad, amor conyugal, pique familiar, diversión y ese toque de irreverencia habitual en las piezas de Josep.

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El ‘21’ con Rebeca

Josep Pastells

 7.noviembre.2010

 

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La protagonista de este relato, Rebeca, tiene una mañana inspirada, con lo que es inevitable acordarse de una de las grandes del baloncesto femenino actual: Becky Hamonn. Fuente de foto: FIBA.com

 

Desde que nos comunicamos por Facebook para confirmar nuestra asistencia al partidillo de los sábados, todo parece mucho más fácil. Basta con echar un vistazo al muro de Ritxie. Si a las doce de la noche del viernes nos hemos apuntado los seis significa que habrá partidillo. Si falla alguien, lo suspendemos. Hasta ahora nunca nos habíamos visto obligados a hacerlo, pero son las doce y cuarto y ni Rafa ni Ritxie se han apuntado. En consecuencia, mañana no jugaremos. Me llevo un buen disgusto y debo contenerme para no decirle nada a Rebeca, que duerme desde hace un buen rato tras una jornada agotadora en el hospital. Su respiración armónica debería ayudarme a conciliar el sueño. Qué va. No dejo de dar vueltas a lo mismo. Mañana no saltaremos a la pista para dejarnos unos gramos de grasa y algunas dosis de la mala leche acumulada durante la semana. No podré botar el balón, ni tirar a canasta, ni dar o recibir asistencias. Nada de nada. Una y otra vez culpo a Rafa y a Ritxie, pero acabo llegando a la conclusión de que su ausencia obedecerá a una causa de fuerza mayor. Finalmente, por puro cansancio, consigo dormirme.


Me despierta Rebeca. Germán, ¿Sabes qué hora es?, pregunta extrañada. Sí, claro que lo sé, respondo de forma bastante absurda, sin ni siquiera mirar el despertador. ¿Y el baloncesto? Hoy no habrá baloncesto. ¿Y eso? Se ha suspendido el partidillo. Ritxie y Rafa no se han apuntado. ¿Y ahora qué harás?, insiste mi mujer. No tengo ni idea, confieso. A menos que te animes a jugar un 21… Lo decía medio en broma, pero Rebeca se lo piensa unos instantes y dice: “De acuerdo”.


Dicho y hecho. Después de desayunar, se pone su chándal azul y las zapatillas que le regalé el año pasado cuando me insinuó que le apetecía probar con el running. Y a continuación me acompaña hasta la pista. Justo a la misma hora en que normalmente jugamos el partidillo. Quizá no es lo mismo, pero por lo menos podré practicar un poco el tiro, pienso sin ser consciente aún del espíritu competitivo de Rebeca. Mientras ensayamos lanzamientos reparo en su insólita eficacia bajo el aro. Si midiera medio metro más sería imparable, pienso con una sonrisa en los labios.


Cuando empieza el primer 21 me doy cuenta de que no tengo ningún motivo para reírme. Rebeca mete casi todos los lanzamientos, incluso desde la línea de tiros libres. Cierto es que cada vez que lanza da un saltito hacia adelante con  el que gana casi un metro, pero no pienso rebajarme a decírselo. El caso es que estoy más bien espeso, tanto que antes de darme cuenta ya me ha endosado un 21-12. Otro capicúa vergonzoso en mi palmarés.


Revancha, grito sin pensar, ya metido de lleno en el fragor de la competición. Ella no rebaja su nivel de acierto y yo apenas lo mejoro: 21-13. Esto empieza a parecer una broma de mal gusto, pienso. Revancha, grito de nuevo. Y esta vez le remarco que la línea de tiros libres está para algo, que si quiere saltar cuando lanza lo haga desde más atrás. Me mira con cara de no entender nada. Le repito lo mismo y replica que ella es más bajita, que alguna ventaja debe tener. Respondo que los jugadores bajitos (ya es cachondo denominar así a tipos que casi siempre superan el 1,90) no tienen ningún privilegio respecto a los demás.


No parece muy conforme pero dice que “Vale”. Esta vez me empleo más a fondo. Parece que Rebeca titubea. Ya no está tan acertada. Me escapo hasta un 18-8 que se me antoja definitivo. No lo es. Rebeca empieza a meterlas todas y antes de que me dé cuenta me ha endosado un 22-20 que me deja sin ánimos para pedir otra revancha.