Cuando el antihéroe es el protagonista

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Cuando escribo estas líneas, el Madrid ha ganado sus nueve primeros partidos oficiales de la temporada. Los dos primeros le reportaron la Supercopa y después se ha dedicado a apalizar a los adversarios que le han tocado en suerte en la ACB (4-0) y la Euroliga (3-0). Más importantes que los datos, es la sensación que transmite el equipo: gana, gobierna; divierte y se divierte. El director de ese acierto se llama Pablo Laso. Gasta aspecto de tipo corriente y es fácil imaginárselo tomando unas cañas en la sureña con los colegas. Detrás de ese aspecto afable, se esconde el secreto de un director de orquesta que prefiere potenciar el talento de sus músicos a la promoción de su ego.

Cuando el antihéroe es el protagonista

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Pedro Fernaud

4.noviembre.2013

Fuente de foto: Wikipedia

 

Cuando escribo estas líneas, el Madrid ha ganado sus nueve primeros partidos oficiales de la temporada. Los dos primeros le reportaron la Supercopa y después se ha dedicado a apalizar a los adversarios que le han tocado en suerte en la ACB (4-0) y la Euroliga (3-0). Más importantes que los datos, es la sensación que transmite el equipo: gana, gobierna; divierte y se divierte. El director de ese acierto se llama Pablo Laso. Gasta aspecto de tipo corriente y es fácil imaginárselo tomando unas cañas en la sureña con los colegas. Detrás de ese aspecto afable, se esconde el secreto de un director de orquesta que prefiere potenciar el talento de sus músicos a la promoción de su ego.


Pablo Laso fue un base resultón que se hinchaba a dar pases ganadores a sus compañeros. No era un tipo muy dotado para el baloncesto (apenas franqueaba los ciento ochenta centímetros) pero compensaba esa limitación con raciones generosas de entendimiento del juego y amor propio (que fluctuaba entre la generosidad y los raptos de coraje). Entremedias, bañaba el juego de sus equipos (uno le recuerda sobre todo en el TAU y el Madrid) con sentido común y acciones encaminadas al lucimiento del compañero.


Esas señas de identidad caracterizan su trabajo como entrenador. Llegó al Madrid como entrenador lowcost. Y, más allá de determinadas fobias inasequibles a la realidad, se ha revelado como un notable gestor de talento. Para empezar, ha creado un clima de trabajo agradable y ha eliminado corsés tácticos para propiciar un marco en el que sus jugadores expresen con fluidez el talento que llevan dentro.


Quizá el ejemplo más claro de su revolución silenciosa sea Sergio Rodríguez. El base tinerfeño se encuentra en un gran momento de confianza. Radiografía los partidos en el primer acto y es protagonista principal de los tramos principales de la función: el segundo cuarto (cuando cambia la temperatura del partido) y el cuarto: cuando lidera el remate de la faena. El Chacho bota con facilidad, una felicidad que se aprecia en su habilidad para los cambios de dirección y de ritmo, la determinación para anotar y la fluidez de quien escucha a su talento cuando conecta con sus compañeros para facilitarles que hagan flexiones sobre el aro.


Laso, en suma, ha dado un rol a cada uno de sus jugadores y les permite crecer a partir de una partitura en la que todos tienen una importancia sustancial en el resultado de las sinfonías. Porque si este juego del Madrid enamora es porque fluye fácil. El equipo blanco sabe jugar al toque de corneta, pero si la cosa se embarulla, sabe circular la pelota y es entonces cuando el juego de espaldas de Mirotic, la fina de salida de Carroll o los rectificados imposibles de Rudy toman el protagonismo.


Parece fácil pero no lo es. El Madrid llevaba casi veinte años (desde que el Zar Arvydas emigró al oeste americano) buscando la alquimia de su juego. No es que (a menudo) no ganara. Es que provocaba frustración en su hinchada. A Laso le ha beneficiado la suma de una serie de factores (yacimientos de talento, madurez del núcleo importante de sus jugadores, estabilidad institucional), pero él ha puesto de su parte su sentido común, su habilidad para leer el juego y su mano izquierda para gestionar el grupo (no es un colega de los jugadores, pero sabe lo que sienten, y trata de ir por las buenas con ellos).


Hace no tanto le escuché definirse como un hombre de centro. Esa es la sensación que transmite Laso. Es fácil imaginarlo en una tertulia con los amigos. Un grupo en el que uno se puede sentir con confianza para, por ejemplo, afearle que se aferrara tanto a su libreto de rotaciones en la pasada Final Four que el Madrid perdió ante el Olympiacos. Para decirle que confiara más en su instinto para dar continuidad a los que fluyen cuando la alfombra roja se despliega en los momentos de los títulos. Imagino a Pablo respondiendo con retranca, escabulléndose, recordándonos con elegancia y firmeza nuestra condición de diletantes de este juego.


Pero también lo imagino con sentido común y humildad para digerir esas críticas y seguir creciendo como director de orquesta. Porque detrás de ese aspecto de confiable consumidor de zumos de cebada, se esconde el alma de un tipo que hace arte del sentido común y de la escucha. Tanto como para finar su orquesta y sacar lo mejor de la extraordinaria colección de músicos, que está sabiendo gestionar con éxito, al tiempo que se aplica en seguir afinándolos.


Gracias señor Laso por recordarnos que el baloncesto puede poner de acuerdo al triunfo y la diversión, el talento y la intensidad.