Baile y baloncesto (II)

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Una noche con los amigas puede ser la puerta de entrada a muchos cambios. Quizá de mayor calado de los que nunca estarías dispuesta aceptar. Bien lo sabe Ana, la (co)protagonista de este relato donde el baloncesto es importante, pero más aún los son los valores que pueden ayudarte a salir adelante en una cancha y…en la vida. Disfruta de la segunda parte de este intrigante relato sobre baloncesto y evolución personal.

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Baile y baloncesto (II)

Pedro Fernaud

26.diciembre.2010

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Es difícil encontrar en la historia del baloncesto a un pívot con tanta clase como la que destilaba Hakeem Olajuwon. Eran 213 centímetros de pura fortaleza y baile bajo los tableros. Cualidades que, en cierta manera, comparten con él los protagonistas de este relato. Fuente de foto: wikimedia. com Autor: University of Houston Digital Library

 

Ya os digo, os estoy escribiendo desde un mundo paralelo al vuestro. No hay peligro de molestar a nadie. Al menos no de herir a nadie con corazón y biografía. Consigno esto para haceros pensar en lo caprichoso del destino. Estas líneas no van de moralidad. Bueno sí, pero no en el sentido que pensáis. Mi madre, Ana, ha demostrado toda su vida ser una mujer valiente. Ayudada por mis abuelos, me sacó adelante. Decidió no decirle nada a mi padre. Por eso llevo los mismos apellidos que ella. Y tengo la altura apropiada para jugar al baloncesto. Estas palabras no son tampoco las de una víctima.



Al contrario, me siento un tipo afortunado. Desde pequeño, la gente se ha esforzado por darme el doble de todo. De cariño, de atenciones, de comida…Y, ciertamente, por mi tamaño, no me ha venido mal. En serio, he crecido en un sitio donde me he sentido querido y alentado. Desde que tenías once palos, a mi madre le dijeron que tenía una talla y una coordinación fuera de lo común para este deporte. Al año siguiente, hice las pruebas con la cantera del Unicaja y me cogieron a la primera.

 

Aunque lo que de verdad recuerdo con cariño son los partidos que jugaba cuando estaba en el colegio. Cuando competía con el Richi, Santi o el Edu. Cuando Satur, nuestro entrenador, nos invitaba a una bolsa de patatas fritas y una coca cola para cada uno si ganábamos. Y vaya que si lo hicimos. Con once años, ganamos los veinte partidos que jugamos. Incluyendo un partido contra el Unicaja C. La gente flipaba con nosotros.

 

No me quiero poner sentimental, pero el baloncesto ha sido una escuela de vida para mí. Me ha enseñado a dar la cara. A trabajar duro. A saber que las malas rachas se superan con paciencia, confianza y trabajo. Aún cuando el ambiente es de mucha incertidumbre (y creedme, de eso sé un poco) algo de ti sabe que si te esfuerzas de un modo constante y constructivo, acabarás teniendo premio. Quizá no exactamente el que esperas. Pero sí, se puede decir que tendrás premio.

 

Mis colegas de los equipos del colegio son mis hermanos. Es verdad que yo ahora llevo una vida parecida a la de un monje, pero sé que si tengo un rato libre puedo contar con ellos. Con el baloncesto he aprendido que se puede evolucionar a mejor. Que la vida es lucha, pero también juego. Que una parte importante de tu existencia, si estás vivo, si estás sano, depende de ti para ir a mejor. Ya sé que muchas (por no decir todas) de estas cosas son familiares para vosotros. Que hace tiempo que las habéis sentido.

 

Pero para mi son (casi) nuevas. Y he tenido que aprenderlas muy rápido. Recordad, sólo tengo 19 años. Quizá por eso, quizá porque soy un sentimental, cuando este mediodía he abierto el buzón y he visto la carta en la que la Federación Española me convocaba por primera vez para una concentración, he roto a llorar como un niño. Y me he abrazo a Ana, y he comprendido de golpe muchas cosas.

 

Sé que esto es sólo un despegue. Y que de mi depende alimentar el sueño. Estoy enfermo de baloncesto. También me encantan las pibas, bañarme siempre que puedo en la piscina de la urbanización o las series en V.O. Pero no es la misma pasión con la vivo este deporte. Espero que las prioridades cambien de lugar con el paso del tiempo-aquí viene una risa desdramatizada-.



Pero ahora mismo el baloncesto es mi lugar en el mundo. El sitio donde Josh Martínez Blanco se siente cómodo, a veces importante, a veces también con potencial para conocer y habitar otros mundos. ¿Existe alguna disciplina donde puedas ser al mismo tiempo un artista y un búfalo? Para mi eso es el baloncesto, un lugar donde puedes ser bailarín y guerrero, irreverente y artesano. De eso trata mi posición en el campo como alero de dos metros pelados; de hacer muchas cosas y de hacerlas del modo más intenso e inspirado posible. ¿La vida también va un poco de eso, no?