Sin gafas

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¿Se puede jugar al baloncesto sin gafas? ¿Cómo se juega viendo sólo manchas en movimiento? ¿La pachanga se disfruta más con amigos o con conocidos? Preguntas así responde (o mejora) Josep Pastells en el segundo relato que traza a propósito el mundo del baloncesto. En esta entrega conocemos el relato en primera persona Rafa, uno de los protagonistas de la pachanga que el otro día veíamos a través de los ojos de Germán Santos. Su manera de enfocar el partidillo es a ratos bien distinta de la de su compañero, a ratos complementaria, y siempre divertida. Pasen y lean.

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Sin gafas

Josep Pastells

 

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En el baloncesto unas buenas dosis de compañerismo y optimismo nunca están de más,

como pone de relieve Josep Pastells en su segundo relato.

Fuente foto: Federación Española de Baloncesto

 

Odio llevar gafas. Soy de los que si pudieran se operarían sin pensárselo dos veces, pero por desgracia no puedo. Me hice la prueba y me dijeron que, aunque en primera instancia tal vez podrían reducirme la miopía y el astigmatismo, no era nada descartable que reaparecieran acompañados de una serie de efectos colaterales que, más que desaconsejar la operación, me imposibilitaban llevarla a cabo si tenía la más mínima pretensión de conservar la vista.



La mayoría de los jugadores de baloncesto con problemas de visión utilizan lentes de contacto o, en casos extremos, recurren a gafas tan aparatosas como las de un buzo. Por desgracia, yo no puedo usar lentillas (en cierta ocasión lo intenté y acabé con una conjuntivitis brutal) y mi sentido del ridículo es demasiado grande para emular a Daniel Santiago.

 

Por otra parte, quizá sea un tanto exagerado autocalificarme como jugador de baloncesto. Sin embargo, ya hace unos cuantos años que los sábados por la mañana disputo partidillos con un grupo de amigos (somos tres, más los tres del equipo rival, que no sé si son amigos pero seguro que son algo más que conocidos) en una pista situada entre Getafe y Leganés, creo que justo al límite del término de Leganés.

 

Al principio mis gafas eran las grandes protagonistas de los partidos. Muy a menudo, a consecuencia de algún golpe o incluso por mis bruscos giros de cabeza al intentar atajar algún balón, acababan en el suelo y nos obligaban  a interrumpir el juego. Al final, sin ninguna necesidad de consultárselo a los demás, entendí que era mejor quitármelas.

 

Como es lógico, pierdo buena parte de mi capacidad visual y, en consecuencia, mi aportación resulta menos eficaz. De todas formas, más que tirar a canasta, tengo cierta tendencia natural (con 1,63 no se puede aspirar a mucho más) a distribuir el juego y, en conjunto, puede afirmarse que mi equipo no se ha resentido demasiado de mi decisión de dejar de llevar gafas en los partidos.

 

Admito que a veces me gustaría ver mejor las caras, los ojos, de compañeros y contrincantes, ya que ello me permitiría anticiparme a sus movimientos, adivinarlos, ir siempre un poco por delante cuando se trata de atacar o defender. Pero ya tengo bastante con distinguir a los míos de los demás y,  después de lograr acostumbrarme a mis limitaciones visuales, lo que en cualquier especie del género animal equivaldría a culminar con éxito un largo y costoso proceso de adaptación, no creo que tenga motivos para quejarme.

 

Es cierto que casi siempre perdemos (hoy mismo, sin ir más lejos, nos han clavado un 100-88), pero para ser sincero debo decir, sin ánimo de criticar a nadie, que la culpa acostumbran a tenerla Ritxie y Germán. Soto y Santos, estos son sus apellidos, aunque en el instituto, al pasar lista, siempre los decían al revés. Son buenos tíos, no voy a negarlo. Pero si dejamos de lado sus carencias físicas (aunque son más altos que yo, nadie en su sano juicio se creería que juegan a baloncesto) es evidente que les falta cierta fortaleza mental y que en demasiadas ocasiones se dejan arrastrar por las malas rachas.



A veces pienso que debería coger las riendas del equipo y echarles una charla, insistir una y otra vez en que la mente lo es todo. O casi todo. Pero hasta ahora nunca me he atrevido a hacerlo, quizá porque no tengo nada claro que sean capaces de entender que en baloncesto lo que más importa no es ganar o perder, sino ser capaz de tomarse las cosas con optimismo, ser positivo aunque no veas ni papa.