Oh, nena

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Hotel Empúries. Tras unos días de tormentas poco habituales en pleno agosto luce el sol deseado por la inmensa mayoría de los visitantes de este paradisíaco rincón de la Costa Brava. Aunque el reloj indica que son más de las doce del mediodía, Jou Spakkings sigue en la cama. Incluso tumbado boca abajo es imposible no verlo como un gigante. Dos metros doce y ciento treinta kilos, quince más que cuando jugaba en la NBA. Ya hace muchos años, de aquello, por lo que no resulta nada extraño que casi ningún aficionado recuerde su nombre. Y eso que Jou recaló en cuatro equipos distintos. El más potente, sin duda, Sacramento Kings; con esto está todo dicho.

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Oh, nena

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Josep Pastells

21.agosto.2011

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Hotel Empúries. Fuente de foto: www.alquiler-vacaciones.location-et-vacances.com


Hotel Empúries. Tras unos días de tormentas poco habituales en pleno agosto luce el sol deseado por la inmensa mayoría de los visitantes de este paradisíaco rincón de la Costa Brava. Aunque el reloj indica que son más de las doce del mediodía, Jou Spakkings sigue en la cama. Incluso tumbado boca abajo es imposible no verlo como un gigante. Dos metros doce y ciento treinta kilos, quince más que cuando jugaba en la NBA. Ya hace muchos años, de aquello, por lo que no resulta nada extraño que casi ningún aficionado recuerde su nombre. Y eso que Jou recaló en cuatro equipos distintos. El más potente, sin duda, Sacramento Kings; con esto está todo dicho. Hubo un tiempo en que el graciosillo de turno recalcaba «Spakkings del Kings» y soltaba una carcajada como si hubiera contado el mejor de los chistes. Jou nunca fue un tipo violento, pero en más de una ocasión le hubiera gustado pegar un puñetazo estilo Tyson que, de una vez por todas, dejara claro que no le gustaban ese tipo de burlas.


Nunca lo hizo, por supuesto. El hombretón que ocupa una cama del Hotel Empúries acostumbra a contenerse casi siempre. Y cuando no lo hace le ocurre lo de ahora: se siente tan mal que no le queda más remedio que dejar pasar las horas tumbado boca abajo en la cama. Planeó este viaje con la ilusión de curarse de un desamor, pero una vez en Girona comprobó que se había equivocado. Nunca debería haber regresado a este hotel, ni menos aún a la misma habitación que el verano anterior ocupó con Samantha.


No entraremos en los detalles de la ruptura, ni menos aún en la penosa travesía protagonizada por Spakkings desde que le echaron de la NBA, quizá desde que le echaron al mundo. Pero tal vez resulte interesante seguir sus movimientos ahora que acaba de levantarse de la cama. Coge el portátil y, con los ojos húmedos, lee el e-mail que anteayer escribió a Samantha. Es largo, de manera que nos limitaremos al final, que nos demuestra que el gigante es también un poco poeta: «Más que lealtad es amor. Amo esta playa, esta luz cada grano de arena y cada pino. Oh, nena, sentado en las rocas dejo que la tramontana me refresque los pensamientos mientras intento descifrar los mensajes del viento». Luego lee otro e-mail, firmado por Samantha. Es tan corto que podemos reproducirlo entero: «¿Nena? ¿A qué viene que me llames nena?».


Las lágrimas silenciosas de Spakkings y las siete botellas de Perro Verde vacías que, ahora que nos fijamos bien, dibujan un corazón roto al lado de la cama, nos indican con poco margen para la duda que el pivot que nunca fue dominante no ha encajado nada bien la respuesta de Samantha. Tras unas horas que se hacen eternas y justifican el aplauso a cualquiera que haya seguido la escena sin levantarse para ir al baño, Jou Spakkings empieza a teclear tan frenéticamente que su portátil parece seriamente amenazado. No podemos ver lo que escribe, pero sí confirmamos que tras responder a Samantha lanza el ordenador por la ventana con una furia de siglos, con tanta fuerza que se estrella directamente contra unas rocas sin matar por pura casualidad a una linda guiri que pasaba por allí.



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