Nino Buscató: la intuición ganadora del pionero

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Toda disciplina está hecha de historias iniciales que conforman su leyenda. Un material que es factor clave en la elaboración de lo que vino después. Francesc ‘Nino’ Buscató Durlán (Pineda del Mar, Barcelona, 1940) es uno de los nombre propios más importantes de la historia del baloncesto español. Y fue actor principal en las primeras secuencias de éxito de nuestro basket. ‘Nino’ hoy día es un lúcido analista de baloncesto de la Cadena Ser. Durante casi dos décadas (1955-1974), hizo de la anotación una rutina. Lideró a la selección que se colgó la medalla de plata en el Europeo de Barcelona del 73. También ganó dos Ligas (una con el Barça y otra con el Joventut) y dos Copas de España (una con los blaugrana y otra con los verdinegros). Aunque lo mejor de su personalidad no lo pueden expresar sus estadísticas. En ellas no figura ni su compromiso irredento con el Juventut de Badalona, ni su deportividad extrema, ni su convicción de que el jugador debe ser persona conectada con naturalidad a esa sociedad que hoy le adora y mañana le pedirá que se integre como uno más. Conoce más de cerca al que durante muchos años fue el jugador español con más internacionalidades (222).

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Nino Buscató: la intuición ganadora del pionero

Pedro Fernaud

 

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Nino Buscató se distinguía por su velocidad y habilidad para anotar con las más

variadas facturas, acciones con las que hizo competitivos a todos los equipos

en los que jugó. Fuente foto: Federación Española de Baloncesto.

 

Hasta los 27 años, ‘Nino’ Buscató compatibilizó su trabajo como panadero en el negocio familiar con su oficio como jugador de baloncesto. Para el no supuso ningún motivo de frustración. Antes al contrario, lo agradecía. En una entrevista que concedió hace más de una década expresaba su convicción de que el jugador de baloncesto no debería dedicarse profesionalmente a este juego. ¿Su argumentación? Cuando un tío todavía joven deja este deporte puede estar demasiado desorientado. Y le puede costar horrores integrarse en la vida convencional.


Por este motivo, él considera que un jugador debe tener otra ocupación al margen del baloncesto, para tener así un medio fiable de vida cuando abandone este deporte. Si uno sustituye la noción de oficio por la de carrera universitaria o negocio (las ganancias en la élite de este deporte dan para pensar en ello) puede estar de acuerdo con esta convicción de romántico, y también de lúcido. Sea como fuere, hay una anécdota que explica bien ese alma duplicada de Buscató. El primer dinero que ganó como jugador de baloncesto ascendió a la suma de 5.000 pesetas por toda una temporada.


Eran otros tiempos para el baloncesto nacional. Donde nada estaba asegurado y la supervivencia, y también el cariño del público, se inventaba cada día. De hecho, su historial como jugador de primera fila incluye dos clubes que ahora nos suenan a sueco: U.D.R Pineda (1955-57) y Aismalíbar de Montcada (1.960-64).


Claro que también jugó para dos escuadras que todavía hoy configuran la aristocracia del baloncesto ACB: F.C.Barcelona (1957-1960) y Club Juventut de Badalona (1964-1974). En ambos clubes se erigió en un referente del baloncesto catalán. En un tiempo en el que ser designado como tal era sinónimo se príncipe de los pobres. La suya era una oposición de calidad, talentosa y creativa, a la tiranía del entonces imperial Real Madrid, que convertía el verbo ganar en una cuestión obligatoria.


No fueron pocas las ocasiones en las que el máximo gestor del equipo blanco, Raimundo Saporta, le tentó para fichar por los blancos. Le llegó incluso a ofrecer un cheque en blanco. Fue inútil. El corazón de Buscató estaba afincado en Cataluña y, más particularmente, en el Joventut de Badalona, con el que compitió durante una década completa. Aquel equipo verdinegro tenía materiales para ganarse la simpatía del aficionado medio.


Jugaban sin jugadores extranjeros. Reinaba la camaradería entre ellos. Eran amigos y no faltaban ni las cenas ni lo rituales de colegueo, en los que las bromas de Buscató eran el mejor pegamento para unir a la plantilla. No es sólo que le birlaran una liga al todopoderoso Madrid, que contaba con un presupuesto mucho más cuantioso que el suyo (la vieja ventaja de los vasos comunicantes entre fútbol y baloncesto del Barça y el Madrid). Es que además empataron a victorias con los merengues en otros tres campeonatos ligueros más. En esos casos, los blancos se llevaron el título gracias a su mejor basket average. No obstante, Buscató era uno de los jugadores más respetados y admirados de la escena nacional.


Formaba junto a Emiliano Rodríguez, estrella del Real Madrid, una pareja muy interesante en la selección nacional. En palabras del propio Buscató, “Emiliano era el mejor jugador español de la época. Salvando las distancias, su juego era muy parecido al que hoy día practica Rudy Fernández”. Ya entonces la selección de baloncesto era una invitación al respeto colectivo, la concordia y un grupo muy competitivo. Máxime si comparamos los mimbres que tenía con el rendimiento que luego ofrecía.


Su trayectoria con ‘la roja’ fascina. Gracias a su manija, por primera vez nuestra selección (de basket, se entiende) jugó unos JJOO. Fue en Roma 1960. Allí Buscató se fijó en la plasticidad y eficiencia de la mecánica de tiro de una de las estrellas del equipo estadounidense, un tal Jerry West. Al principio, sólo recibió chanzas de la gente de nuestra baloncesto por su fijación por imitar la mecánica de tiro en suspensión del hombre cuya estampa es hoy día el nutriente del logo de la NBA.


Pero perseveró. Y, según su propia confesión, no le costó mucho “mecanizar el movimiento. Enseguida ví claro que ahí estaba el futuro. Por aquella época, la mayoría de nuestros jugadores tiraban como hoy día Navarro, apoyándose en una sola pierna”. Con el discurso del tiempo, esa acción se convirtió en un sello de su forma jugar. Tenía un bote muy incisivo de entrada a canasta y era capaz de procurarse acciones de tiro relativamente cómodas, gracias a su velocidad de ejecución de movimientos.


Era una base menudo (1’78), poco atlético, pero muy ingenioso. Le gustaba desbordar al defensor y tirar ladeado, los dos pies despegando juntos, para anotar con un ángulo de tiro inestable. Esa facilidad para anotar en movimiento aniquiló a los soviéticos en las semifinales que España ganó a la URSS en su primer europeo como anfitrión (Barcelona, 1973). Un triunfo que valió por una medalla de plata histórica, la primera del baloncesto español en una competición de alto nivel.

 

 

 

Para entender la magnitud del triunfo conviene señalar que aquella selección soviética era prácticamente la misma que un año antes le había birlado la medalla de oro al equipo estadouidense en los JJOO de Munich 72, con aquella controvertida canasta ‘in extremis’ de Belov.

 

 

 

En la final, España no pudo hacer nada ante el despliegue del talentoso equipo yugoslavo y acabó claudicando (67-78). Sea como fuere, aquel subcampeonato continental supuso el despegue del baloncesto como deporte de masas en nuestro país. Hasta el punto de que durante los 15 años siguientes años hubo momentos en los que llegó a disputar la supremacía del fútbol como deporte rey en algunos aspectos de nuestra vida social (seguimiento, aficionados, federados, retransmisiones televisivas y de radio..).


El principal primer artífice de esa primera revolución silenciosa fue Francesc ‘Nino’ Buscató’. El mismo chico que hasta los ventisiete años curraba de 0.00 a 7.00 en la confección del pan en el negocio de su gente; que luego dormía siete horas y que conseguía llegar al entrenamiento fuera como fuera: “Un día en coche, otro en autobus…. Pero el caso es que al final siempre conseguía no perdérmelo”.


El jugador que se negó a anotar en un Torneo de Navidad del Madrid, en partido frente al equipo local, cuando tenía todo el parqué libre para hacerlo. Pero su integridad personal le impedía ignorar que un buen amigo, su compañero de habitación en la selección, Vicente Ramos, yacía en la cancha. Así que decidió tirar la pelota fuera del parqué para que su adversario, también su compañero, fuera atendido.  Un gesto por el que fue distinguido con el premio Fair Play de la UNESCO del año 1969.


Como suele suceder con los mejores jugadores de una generación, la biografía de Buscató da para muchas interpretaciones. Pero por encima de todas, queda la impresión de un tipo “feliz. Vivo bien, lo máximo que puedo. Estoy vinculado al mundo del basket haciendo lo que me gusta”, según su propia confesión. Un hombre que hizo caso a su conciencia, que engrandeció con su juego y con su compromiso a la Penya, donde aprendió de Kucharski, el que, dice, fue “el mejor entrenador de su carrera”.


Un magisterio que a buen seguro él prolonga ahora como profesor de baloncesto en el Instituto de Educación Física de Barcelona, su principal dedicación actual. Alegra saber que algunas veces la vida es generosa con aquellos que mejoraron la cultura de baloncesto en nuestro país.