Lobeznos

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Decir Michigan en términos de baloncesto universitario es viajar en el tiempo. Decir Michigan es volver la vista atrás, nada menos que veinte años atrás, recordar cómo no a aquellos fabulosos Fab Five (ya saben, Chris Webber, Juwan Howard, Jalen Rose y demás familia) que epataron al mundo, vale que tiempo después la propia universidad renegara de ellos por esas cosas que a veces pasan en NCAA pero de donde no nos los podrán quitar es de nuestra memoria, al menos todavía. Decir Michigan puede ser viajar aún más allá, a aquel Glen Rice campeón de 1989, o aún más acá, a aquellos tiempos de Louis Bullock o del añorado Tractor Traylor. Decir Michigan es decir pasado pero es también, y sobre todo,presente. Y qué presente.

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Lobeznos

Zaid

16.diciembre.2012

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Logo de la Universidad de Michigan. Fuente de foto: 412.laxallstars.com



Decir Michigan a día de hoy es decir, antes que nada, Trey Burke. Trey Burke llegó al campus de Ann Arbor allá por el verano de 2011. Era el principal recruit de aquella camada pero no estaba predestinado a ser la estrella, en absoluto, supuestamente ese papel habría de corresponderle al hijísimo Tim Hardaway Jr. Y sin embargo apenas hicieron falta unas semanas para darnos cuenta de que allí iba a suceder exactamente todo lo contrario: Burke de jefe absoluto, de prolongación de Beilein sobre la cancha, de faro y guía de estos Wolverines, y Hardaway… (al respecto casi mejor les invito a que lean un par de párrafos más abajo). Acabada la temporada todos dimos por hecho que una vez cumplido el one and done reglamentario Burke se apuntaría presuroso al draft perdiendo el culo como tantos otros pero cuál no sería nuestra sorpresa cuando anunció que se quedaba en Ann Arbor, proporcionando así de paso una inmensa alegría a los aficionados a la NCAA en general y a los de Michigan en particular. Y en ello sigue.

Tengo bastante debilidad por el sujeto en cuestión así que habré de reconocerles que no voy a ser demasiado imparcial a la hora de describirlo: me gusta cómo juega, cómo dirige, cómo tira, cómo ataca el aro, cómo pasa. Puede que alguna vez (sólo alguna) se exceda en buscar soluciones individuales pero no es algo que chirríe en absoluto, no es el típico base abusón (sí es el típico base protagonista, al más puro estilo USA) y además es tan bueno que puede permitírselo. Muchos le sitúan en el Top5 de bases, yo hasta le situaría en el Top3, yo hasta si me apuran… (vale, ya lo dejo). Y sin embargo es bien sabido que los designios del draft son inescrutables, si usted consulta hoy esa cosa extraña llamada mock drafts verá que los pronósticos le sitúan más allá del puesto 20, definitivamente el draft tiene razones que la razón no entiende. La mía, al menos.

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Trey Burke y Tim Hardaway Jr. Fuente de foto: sportsillustrated.cnn.com


Y ahora sí, finalizado el capítulo Burke pasemos al capítulo “hijos de”, que en esta universidad viene cumplidito. Para empezar el ya mencionado Tim Hardaway Jr, un jugador con el que yo mantengo una extraña relación amor/odio no tanto por culpa mía (o sí, quién sabe) sino más bien suya, por causa de la que yo considero su principal cualidad (no me linchen si no están de acuerdo): su suprema inconsistencia. Tim Hardaway emergió ante mis ojos con una gran actuación en el Torneo Final de 2011, lo que teóricamente le debería haber convertido (tras la marcha de Darius Morris a la NBA) en el principal referente de los Wolverines 2011/2012… Pues no. Decíamos hace un par de párrafos que allí emergió Burke y mientras tanto Hardaway como que se nos fue desapareciendo, regalándonos muy de vez en cuando alguna maravilla y pasando bastante desapercibido el resto del tiempo. Y este año pues más de lo mismo, pareció que empezaba mejor y que tendría más presencia pero aún sigue diluyéndose demasiadas veces. Eso sí, cuando menos te lo esperas es capaz de hipnotizarte (al espectador y a su defensor, incluso) con un crossover que le viene de familia y que te lleva inexorablemente

a preguntarte pero por qué demonios no encarará más, por qué no intentará estas cosas más veces. El talento lo tiene (no exactamente a la manera de su padre, no se les ocurra pensar en él como un director de juego porque es más bien un dos, de hecho su físico es mucho más longilíneo que el de su progenitor) pero como que le cuesta mostrarlo, las más de las veces prefiere refugiarse en un socorrido tirito de tres tan perfecto en su ejecución como sospechoso en su eficacia. O a lo peor (insisto) es culpa mía que le miro con malos ojos, que si no fuera hijo de quien es probablemente no le exigiría tanto, vaya usted a saber.

Siguiente “hijo de” (sí, suena mal): Glenn Robinson III (luego habremos de interpretar que su padre, al que siempre conocimos como Glenn Robinson a secas, era en realidad Glenn Robinson II). Glenn Robinson III así de entrada me provoca una somera reflexión sobre lo efímero de la existencia humana. De la mía, concretamente. Llevo años y más años viendo eclosionar en NCAA a retoños de padres a quienes conocí en NBA, pero ésta es quizá la primera vez que me encuentro en NCAA al hijo de alguien a quien también conocí en NCAA (la primera pero no la única, que ya también anda por la cercana Universidad de Detroit el hijo de Juwan Howard). Allá por el año de gracia de 1994 Glenn Big Dog Robinson (lo de Pichichi se lo pondría Montes muchos años después), Purdue University, era la estrella absoluta de todo este baloncesto universitario: un anotador compulsivo que parecía predestinado al número 1 del draft y que se quedó a las puertas de la Final Four por culpa de la magnífica defensa que le hizo un alero de Duke cuyo nombre tampoco les resultará desconocido, Grant Hill. Dieciocho años y medio después aquí está ya su retoño, apenas dos mesecitos cumplidos tendría ya por aquel entonces, hay qué ver qué precoces son estas criaturas. Hecho a imagen y semejanza del padre, además: físico superlativo, finísima muñeca, alero de crianza como si dijéramos. Evidentemente aún está muy verde pero los mockeros del draft no parecen haberse dado cuenta (ya dije antes que sus designios son inescrutables) dado que ya le andan encumbrando en puestos de lotería. Casi mejor no nos precipitemos, ni ellos ni nosotros ni (sobre todo) el propio interesado: que aún le debería quedar mucho por andar.

 

 

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Hardaway, Burke, Robinson, McGary. Fuente de foto: i902.photobucket.com


Y aún nos quedaría otro hijo de, Jon Horford, de los Horford de toda la vida (rama dominicana), hijo de Tito y hermano de Alfredo, Al para los amigos. Horford, imponente planta de jugador interior (le viene de familia), viene de una larga lesión y quizá por ello empezó la temporada en las profundidades abisales del banquillo pero poco a poco ha ido ganándose merecidamente los minutos a costa de… (y aquí damos ya por cerrado el capítulo de hijos de pero retomamos el de freshmen, iniciado ya con Robinson) el que se suponía que habría de ser el novato estrella de toda esta camada, Mitch McGary. McGary es un fornido pívot blanco con buena pinta y mejores maneras, que me causó una magnífica impresión la primera vez que le vi (partidazo contra North Carolina St.) y que luego por alguna misteriosa razón ha ido perdiendo peso en la rotación y haciéndolo peor cada vez (o tal vez sea que ha ido haciéndolo peor cada vez y por eso ha perdido peso en la rotación). Yo en cualquier caso le tengo fe, aquel día de NC St me encantó cómo ponía y continuaba los bloqueos, cómo se movía y se aplicaba en la zona… Eso sí, dada su corpulencia (y su novatez) le cuesta muy poquito hacer faltas, vamos que casi con soplar le es más que suficiente, algo que tendrá que corregir más pronto que tarde. Pero ahí debería haber madera de buen jugador interior.

Dicho todo lo cual, a mí el freshman que más me gusta de estos Wolverines no es ni Robinson ni McGary sino un alero blanco que responde al bello nombre de Nik Stauskas, y que como usted ya habrá deducido hábilmente a partir de su apellido es… canadiense, del mismo Mississauga, Estado de Ontario (aunque no resulta difícil imaginarle antepasados lituanos, claro). Le ves y así de entrada te piensas que será el típico alero tirador, el genuino sucesor de los Novak, Douglass, Smotrycz y demás pálidos ex wolverines…

Bueno, pues Stauskas es eso pero es, también, muchísimo más que eso. Stauskas es una permanente amenaza desde el lado débil, Stauskas tiene unos estupendos fundamentos técnicos, Stauskas dribla y penetra tan bien cómo tira, Stauskas bloquea y defiende y curra como el que más (o más si cabe), Stauskas es una joya, el verdadero pegamento de este equipo. Empezó saliendo desde el banquillo pero era cuestión de tiempo, al final la titularidad acabó cayendo por su propio peso… Bueno, y por el del discreto Vogrich que parece haber recorrido el mismo camino en sentido inverso, del quinteto titular a los últimos puestos de la rotación.


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Nik Stauskas. Fuente de foto: farm9.staticflickr.com


Añádase a todo esto al eficaz pívot (o así) titular Jordan Morgan, el verdadero eje interior de este equipo: un maestro en ganar la posición y ofrecerse, en atraerse a las defensas, en jugársela (y a menudo meterla) o en doblarla con fluidez sabiendo de antemano que siempre habrá un Burke, un Hardaway, un Robinson o un Stauskas libre de marca al otro lado de la línea de tres. Y añadan también en su lista a otro freshman (y ya van cuatro), el base Albrecht cuyo único papel por ahora (y en espera de mejores tiempos) consiste en dar algún escaso minuto de descanso a Burke; y así a lo tonto tenemos ya la rotación completa a entera disposición del veterano técnico John Beilein, para lo que gusten mandar. Créanme, tienen hambre estos Wolverines, cosa lógica si nos atenemos a ese nombre: que yo lo traduciría (por libre) como lobitos, lobatos o incluso lobeznos pero que el gúguel transleit me lo devuelve como glotones, no sé si es más libre su traducción o la mía. Tienen hambre en cualquier caso, los llamemos como los llamemos, que son ya veinte años sin acudir a la Final Four (y que para ellos serán aún más, dado que renegaron de aquel equipo de 1993). Ya toca, ya es demasiada travesía del desierto en Ann Arbor. De verdad se lo digo, me llena de orgullo y satisfacción (dónde he oído yo esto antes) ver a mis dos equipos preferidos de la Big10, Indiana (de la que también les soltaré otra buena parrafada un día de estos) y Michigan, encaramados no ya en los primeros puestos de su conferencia sino incluso en los primeros de la nación, con permiso de Duke por ahora. Ojalá podamos aún decir lo mismo a primeros de abril.

 

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