Larry Bird: elegancia ganadora a cámara lenta

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Pocos jugadores tienen el privilegio de pasar a la historia por esta triple condición: ganadores, creadores de un estilo e iconos de una época. Larry Joe Bird (7 de diciembre de 1956, West Baden, Indiana) puede presumir de pertenecer a ese estirpe. El señor Bird fue, junto a ‘Magic’ Jhonson, la estrella por excelencia de la NBA durante la década de los ochenta, periodo durante el que conquistó 3 anillos (1981, 1984 y 1986). Cuando Bird estaba en cancha, el tiempo se reblandecía y las canastas decisivas, seducidas por la determinación ganadora del 33 de los Celtics, tenían la costumbre de entrar. En estas líneas te ponemos sobre la pista de una de las mayores leyendas del deporte moderno.

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Larry Bird: elegancia ganadora a cámara lenta

Pedro Fernaud

 

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Algunas veces, los apodos sirven para hacerse una buena idea de la personalidad del jugador al que definen. Es el caso de Larry Joe Bird, apodado Larry Legend (Larry Leyenda) y The Hick from French Lick (el paleto de French Lick, a los angloparlantes les encantan esta clase de rimas fáciles). El primero nos habla del carácter trascendente de su juego. Encerrado en un cuerpo poco atlético, Bird fascinó a su generación por su voracidad competitiva y su depurada técnica individual, sobre todo la referida a los fundamentos de tiro.


El segundo traza los orígenes de Bird, un chico de la Indiana profunda, introvertido y tímido, que durante su infancia pasó infinidad de privaciones, acrecentadas por el alcoholismo de su padre, que se suicidó cuando el jugador tenía 18 años. Según consta en diversas biografías, Bird no soltó una lágrima cuando se enteró de la noticia.


El caso es que estos golpes contribuyeron a forjar la personalidad del jugador. Como él mismo reconocería años después, en una entrevista a Sports Illustrated, “Si mi madre tenía una deuda con el banco y nosotros necesitábamos zapatos, ella  conseguía los zapatos, y entonces negociaba con los tipos del banco. No quiero decir que no pagara sus deudas, pero sus hijos éramos siempre lo primero”. Al tiempo que remachaba: “El haber sido pobre en la infancia, supone una motivación para mi carrera hoy día”.


Sea como fuere, el carácter tranquilo y sencillo del jugador encajó bien en la Universidad de Indiana State, donde promedió 30,4 puntos por encuentro (quinto mejor promedio anotador de la NCAA), 13,3 rebotes y 4,3 asistencias. Cosechó unos cuantos reconocimientos individuales e, incluso, llevó a su equipo a las finales de 1979, donde su equipo se enfrentaría al combinado de la Universidad de Michigan.


Enfrente, su antítesis, su igual. Un chico de 205 centímetros (Bird medía un centímetro más) que respondía al nombre de Erwing Jhonson y que ya entonces había sido apodado ‘Mágico’ (‘Magic’), por su habilidad para el pase y para jugar indistintamente en las cinco posiciones de juego. La final fue vibrante, a ratos muy igualada, se decantó a favor de los de Michigan. Los registros de ambos jugadores fueron similares. Magic: 24 puntos y 7 rebotes. Bird: 19 puntos y 13 rebotes. Aquel partido fue la pista de despegue de una de las mayores rivalidades del deporte profesional estadounidense.


Al año siguiente, Bird fichó por los Celtics por una suma de dinero desconocida hasta entonces en un debutante: 650.000 dólares por temporada. Su efecto se dejó notar desde el principio: su equipo pasó de ganar 29 partidos el curso anterior a sumar 61 triunfos, convirtiéndose así en la franquicia de la competición con mejor porcentaje ganador.


Paralelamente, ‘Magic’ fichó por los Lakers. Pero la primera guirnalda de reconocimiento en el mundo profesional fue para Bird, que en dura puja con el base angelino fue designado como Rookie (novato) del año.


A partir de ahí, se inició una rivalidad de leyenda, que engordó de manera notable las audiencias de la liga, de tal modo que la NBA pasó de ser un producto residual a uno de los espectáculos más seguidos de la televisión estadounidense.


La dualidad entre ambas estrellas y sus equipos tenía todos los ingredientes deseados por un guionista de Hollywood. De un lado, los Boston Celtics, el equipo con mejor legado de títulos en la historia de la competición (17 en la actualidad). Con su mística de orgullo irlandés, asentado en valores como el esfuerzo, el compañerismo, la austeridad, el afán ganador y el cultivo de la estrategia defensiva.


Enfrente, los Lakers. El glamour y el baloncesto espectáculo, personificados como nadie por el carisma de ‘Magic’. El gigantesco base angelino, un play maker del futuro que inventaba pases de todas las facturas, fue también el mejor exponente del ‘show time’.


Esa forma de juego que consistía en jugar en cancha abierta, primando un baloncesto atractivo, muy ofensivo, hedonista, que encajaba perfectamente con el alma de la ciudad meca del mundo del cine y el espectáculo. Y que fue una de las mejores pegatinas para vender la NBA en una estrategia de globalización del producto, que entonces empezaba a dar sus primeros pasos de la mano de David Stern, designado en 1984 como Comisionado de la competición, justo en pleno apogeo de estos genios.


Entre ambos, se repartieron 8 de los 10 títulos que se disputaron en la década de los 80. Magic se llevó la partida con sus Lakers en el 80, 82, 85, 87 y 88. Mientras que los títulos del 81, 84 y 86 fueron para los Celtics de Bird. Ambos tuvieron que soportar el advenimiento al triunfo de los ‘Bad Boys’ de Detroit, que, comandados por Isiah Thomas y Billie Lambier, ganaron, con una defensa al borde de la ilegalidad y un ataque colectivo repleto de alternativas, los dos siguientes campeonatos en 1989 y 1990.


Sea como fuere, los buenos aficionados al baloncesto en América tienen un hueco especial en su santoral de mitos para Larry Bird. Dicen que lo más grande de este jugador se veía en sus movimientos y su manera de procesar rápido la jugada ganadora.


Por ejemplo en un saque de banda, con su mirada de águila (su generosa ‘tocha’ parecía conferir realidad a su primer apellido) y un cerebro de cazador ártico, acostumbraba a embocar las canastas ganadoras. El ritual está disponible en algunos vídeos con sus mejores acciones. Acostumbraba a recibir de espaldas al aro. Luego empleaba una décima de segundo para que su defensor se confiara. Se hacía el torpe, también el lento.



 


Y cuando su adversario se daba cuenta de lo que en realidad estaba sucediendo, ya era demasiado tarde. Bird se había estirado para atrás (o había realizado una de sus impecables fintas de tiro), con lo que había ganado el espacio suficiente para armar el brazo y anotar la canasta ganadora, con el valor añadido que agregaba el arco de sus tiros, que describían una elevada trayectoria para acabar entrando, intensificando con este suspense el júbilo de sus aficionados y la decepción de los adversarios.


Bird era un jugador irrepetible porque sobrepasaba los límites que la naturaleza le había dado. Sólo así se explica que promediara durante toda su carrera los 9 rebotes por encuentro cuando apenas saltaba (instinto, colocación y una habilidad natural para ganar, y conservar, la posición en el bloqueo del mismo). Sólo así se comprende que encontrara el camino a la canasta (o que diese una genialidad de pase), cuando parecía imposible, rodeado como estaba de jugadores mucho más rápidos y atléticos que él.


Las claves de su juego, pues, eran una depurada técnica individual, una inteligente lectura de sus posibilidades y las limitaciones de su juego. Aunque por encima de esas cualidades, sobresalía su carácter competitivo. Una personalidad que le llevaba a la crueldad con algunos de sus compañeros. Sin embargo, era consigo mismo con el que volcaba al máximo su autoexigencia. Existen numerosas pruebas de ello.


Como cuando jugó con un dedo roto durantes meses. O cuando se resistía a quedarse en casa, con una lesión en el nervio de la espalda que a la mayoría de la gente corriente le hubiese dejado postrado en el sillón de su casa, atiborrados de calmantes y antibióticos para aminorar el dolor que sufría. Pero Bird estaba enfebrecido por este deporte.



 


Sin ser muy ortodoxa, tenía una mecánica de tiro espectacular, muy eficaz. Al margen de llevarle a ganar infinidad de partidos, ésta le permitió conquistar el concurso de triples del fin de semana de las estrellas (All-Star) durante tres años consecutivos: 86, 87 y 88. Su naturaleza como competidor encontraba muy pocos iguales. Durante su periplo de 13 temporadas en la NBA promedió 24 puntos, 10 puntos y 6 asistencias.


Unas medias fabulosas que dan idea de un mito que pidió demasiado a la naturaleza de su cuerpo. Los aficionados al basket, todavía le recuerdan en los JJOO de Barcelona, tumbado boca abajo, como si estuviera en la playa, en los momentos en los que le tocaba estar en el banquillo, para restarle así nuevos sufrimientos a su maltrecha espalda, cuyo mal estado le obligó a retirarse en 1993.


Al contrario que la mayoría de sus compañeros, que parecían disfrutar humillando a sus rivales, exhibiendo su potencia atlética a la menor ocasión. Él y Magic emplearon la competición olímpica para mostrar la elegancia de una bandeja, la imaginación de un pase inesperado o la limpieza de un triple de siete metros.


Ellos eran el verdadero alma del Dream Team (equipo de ensueño) estadounidense que se colgó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona. Ambos jugones cultivaron entre sí una relación de amistad en la que se entremezclaban el respeto y la admiración. Tanto es así que cuando les llegó el turno de la retirada ambos expresaron en una frase la importancia de haber coincido en una cancha de basket:


“Gracias ‘Magic’ por haberme empujado a desarrollar el máximo de mi juego. Sin ti, no hubiera podido llegar a ser la clase de jugador que he sido”. Eso dijo Bird el día de su despedida (cambien el verbo desarrollar por el de mejorar y obtendrán la frase que le había dedicado Magic al capitán celtic algún tiempo antes).


Con todo el Boston Garden apagado, excepto un pequeño cuadrado de luz que le enfocaba, la estrella bostoniana aprovechó su última intervención pública para condensar su filosofía como estrella: “Gracias a todos vosotros por estar ahí, por habernos apoyado tanto; mi trabajo consistía en ganar partidos y campeonatos. Creo que lo he conseguido gracias a grandes compañeros como Robert Parish, Kevin Mchale, Dennis Jhonson o Danny Ainge y a vuestro apoyo como público. He intentado dar lo mejor en mi trabajo, gracias por hacerme pasar unos años tan increíbles. Ha sido un placer trabajar para vosotros y devolveros con triunfos y competitividad todo el apoyo que nos habéis brindado. Muchas Gracias. Hasta siempre. Dios os bendiga”.


Quizá no en este orden. Quizá no exactamente con esas palabras. Pero ese era el espíritu de su despedida. El alma de un grande de este deporte, que mejoró la historia del baloncesto gracias a su carácter ganador, su voluntad de mejora y un constante compromiso con el trabajo duro como camino hacia la excelencia. Siempre desde una rara mezcla de orgullo y humildad. Un poco de esta última cualidad no le vendría mal a algunas de las superestrellas que ahora reinan en la liga…


Sea como fuere, conviene consignar, también a modo de cierre, que Bird logró 3 MVPs en su carrera como profesional y que en su corto periodo como entrenador (otra vez la maldita espalda), logró la distinción como entrenador del año de la NBA en 1998.


Que el Dios del Baloncesto bendiga por siempre a Larry Pájaro Leyenda.