Ferdinand Lewis Alcindor, Jr.

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Algunos jugadores trascienden su oficio como peones de un deporte y se convierten en personajes con una leyenda multidisciplinar. Es el caso de nuestro nuevo protagonista en ‘Son leyenda’. Un tipo de 218 centímetros que gobernó en la NBA durante dos décadas (la segunda de un modo bastante más exitoso en el plano colectivo). Un hombre introspectivo, lleno de carisma, que hizo el tránsito del catolicismo al Islam. Un apasionado también del jazz, hasta el punto de llenar sus casas con miles de discos del género. Un hombre inquieto, que lo mismo se implicaba en causas políticas que alternaba con las celebridades de Hollywood. Hasta el punto de que incluso ha hecho algunos pinitos como actor. Si todavía no sabes de quién estamos hablando (no mencionaremos su verdadero nombre hasta mucho más adelante) o sí ya lo sabes pero quieres conocer  más cosas sobre él, no tienes más que clicar y leer con atención el interesante retrato que Luís Collantes ha trazado de este majestuoso dinosaurio del baloncesto…

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Ferdinand Lewis Alcindor, Jr.

Luis Collantes Abril

 

Alcindor 


No recuerdo cual fue el primer partido de baloncesto que vi, aunque debió ser cuando ya era un mocoso que rondaba los 8 años y buscaba cualquier excusa televisiva para retrasar el momento de hacer los deberes. Tampoco recuerdo el primer partido de baloncesto al que asistí, aunque tengo la creencia de que no sucedería hasta tener unos 10 años, cuando ya tenía muy claros los colores que apoyaría el resto de mi vida.

 

Lo que sí recuerdo, es la primera camiseta de baloncesto que tuve, el nombre que figuraba en ella, y el efecto que tuvo en mi afición por el deporte de la canasta. En cualquier caso, mentiría si dijese que la elástica me quedaba como un guante, pues el oro y púrpura que le daban color, me cubrían hasta las rodillas de mis delgadas piernas y no le cogí el gusto a ponérmela hasta años mas tarde.

 

Si les digo que esa camiseta llevaba el número 33 perteneciente a un tal Ferdinand Lewis Alcindor, Jr, probablemente les deje un poco desconcertados, pero si repasamos algunos de sus múltiples logros mientras analizamos algunas de sus características, les será sencillo proyectar en la mente la imagen de este pívot coloso, que dominó todas las facetas del basket en las décadas 70 y 80.

 

Alcindor era (y apuesto a que lo sigue siendo) un tipo reservado y de naturaleza introspectiva, aunque sobrado del carisma necesario para formarse una personalidad competitiva y con afán de superación, pues nacer en Harlem y llegar a medir 2,18mts (1,75mts con 9 años) deben de ser motivos suficientes para desarrollar el talento necesario para hacerse respetar y evitar las tentaciones de una vida despreocupada.

 

Ya en el colegio, dejó bien claro que tenía un don para el baloncesto, y que más allá  de tener el sueño de llegar a jugar algún día en la NBA, estaba llamado a revolucionar ese deporte, por lo que muy pronto patentaría su propio estilo de lanzamiento, originado para evitar que los rivales le golpeasen en la cara cuando se disponía tirar a canasta. En ese movimiento, hacía uso de su envergadura para levantarse por encima del defensor y cubrir su tiro, anulando a los rivales la posibilidad de taponar el lanzamiento, levantando ligeramente la pierna para acompasar el movimiento: El mítico “sky-hook” daba sus primeros pasos.

 

En su paso por la universidad de UCLA, no hizo sino acaparar todos lo trofeos y records posibles, entre ellos el MVP del Torneo de la NCAA en los años 1967, 1968 y 1969 y erigirse como primer ganador del prestigioso “Naismith Collegue Placer of the Year”  en 1969, que a partir de ese año distinguió al mejor jugador universitario del año. A esos años en la NCAA universitaria, se debe una lesión crónica en la córnea que le llevaría a usar unas talismánicas gafas a lo largo de su carrera como profesional.

 

El salto a la NBA no tardaría en llegar, y la diosa fortuna quiso que Alcidor aterrizase en los Milwakee Bucks en lugar de en los Phoenix Suns. Especialmente relevante fue la temporada 73-74 para el bueno de Alcindor,  ganando su tercer premio MVP en cinco años y entrando en el “top-five” en las cuatro categorías principales: anotación (27 puntos, tercero), rebote (14,5 rebotes, cuarto), tapones (283, segundo) y porcentaje de tiro de campo (0.539, segundo). Acompañando estos éxitos deportivos, un cambio espiritual marcaría su futuro, convirtiéndose del Catolicismo al Islam, dejando atrás su vida como Alcindor y adoptando como nombre la traducción islámica de “noble y poderoso sirviente”.

 

Tras más de un lustro en Milwakee, y un campeonato de la NBA en la buchaca (1971), este sirviente del Islam pidió ser traspasado, ya que no acababa de encontrar su sitio como nuevo miembro del Islam en Wisconsin. Desde la ciudad del glamour de la costa oeste, conscientes del talento que atesoraba, y todavía afectados por la necesidad disimular el hueco dejado por el maestro Wilt Chamberlain, se hicieron eco del mensaje, y le convirtieron al oro y púrpura, no del todo conscientes de que comenzaba una nueva dinastía que revolucionaría la forma de entender el baloncesto moderno.

 

Repasar los éxitos angelinos de las temporadas 75-89 en las que este devorador de records militó en sus filas, representa una tarea inabordable, pero sirvan como muestra sus 6 anillos de campeón, 6 MVP de temporada, 2 MVP de finales, y ser el máximo anotador de todos los tiempos en la NBA con 38.387 puntos. Además de estos méritos, su carácter comprometido le hizo merecedor de los mejores elogios por parte de maestros del deporte de la canasta, llegando a jugar hasta os 42 años, practicando yoga y artes marciales para mantener sus brazos y piernas fuertes y ágiles, con el mismo Bruce Lee como maestro.

 

Si, como la mayoría habréis podido adivinar, hablamos del gran Kareem Abdul-Jabbar, icono del showtime de los Lakers de los años 80 y emblemático personaje de la vida americana, al que la vida, vuelve a poner a prueba a sus 63 años, ya que afronta el reto de combatir la leucemia que desde hace algunos meses amenaza con arrebatarnos al rey del sky-hook.

 

Sea cual sea el resultado de ese partido a vida o muerte, Kareem nos dejará inolvidables recuerdos que forman parte de la historia del baloncesto, y en mi caso personal, el recuerdo de por qué un día, siendo niño, decidí que siempre tendría pasión y fiebre, por el baloncesto.