Drazen Petrovic: fanático del triunfo…

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Muy pocos jugadores dejan un legado tan especial como el que cultivó Drazen Petrovic (Sibenik, 1963-alguna carretera alemana, 1993). Su impacto como jugador ofensivo fue tan grande que todavía hoy muchos aficionados piensan que ha sido el mejor jugador alumbrado por el viejo continente. Comparaciones al margen, el juego de este talento croata era un prodigio en aspectos técnicos como el bote, el tiro y el pase. Durante toda su carrera se hartó de pulverizar plusmarcas anotadoras. Lo ganó prácticamente todo como jugador: 1 mundial y un campeonato de Europa con Yugoslavia, 2 copas de Europa con la Cibona y, por resumir, una valiosa medalla de plata en los JJOO de Barcelona, liderando la recién creada selección croata, de la que se declaró ferviente partidario. Con ella compitió frente el célebre Dream Team, con Jordan, Magic y Bird. El secreto del éxito de este jugador descansó, por encima de unas fantásticas condiciones naturales para este juego, en su excepcional capacidad de superación.

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Drazen Petrovic: fanático del triunfo, genio de la anotación

Pedro Fernaud

 

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Drazen Petrovic fue una leyenda en vida y la grandeza de su juego se vio aún más

mitificada por su temprana desaparición. Fuente foto: nba.com

 

Llevamos un párrafo largo hablando del genio de Sibenik y todavía no hemos tenido ocasión de mencionar sus títulos con el Madrid: 1 copa del Rey y una Recopa, en la misma temporada en la que Aíto García Reneses incrementó su reputación como estratega al conseguir que el Barça le ganara la liga a los blancos en una final de infarto (3-2). Tampoco, más importante, hemos tenido ocasión de mencionar sus hitos en la NBA, como pionero de la excelencia para los jugadores europeos.



Pero no queramos ver la película de un salto. Calmemos nuestras ansias de darle duro al DVD. Para comprender la esencia de este jugador fuera de serie, tenemos que adentrarnos en la personalidad de un inquieto adolescente croata. El lampiño Drazen, pelo a lo afro, cuerpo de espagueti, se pegaba cada día unos madrugones tremendos para mejorar sus fundamentos de juego. Consiguió las llaves del pabellón de su instituto y se plantaba allí todos los días a las 6.00 de la mañana.


Dicen los que le conocieron en su Sibenik natal, que empleaba una media de 7, 8 horas diarias para practicar su deporte. Quizá sería más justo decir su religión. Porque Drazen veía en este deporte su verdadero lugar en el mundo. Fuera de este deporte, se consideraba un “miserable”. Asombra leerlo, pero así se veía él. Todo lo maleducado y arrogante que podía ser una pista de basket, se transformaba en timidez, educación y trato cordial cuando estaba fuera de las pistas.


Fernando Martín, macho alfa en el juego y en la personalidad de aquel Madrid al que Petrovic maltrató con la Cibona, alucinaba cuando le tocó compartir vestuario con él. Le cautivaba la dedicación que tenía hacia todo lo relacionado con el juego. Se empollaba al dedillo el calendario de su equipo y los rivales con los que les tocaba jugar. No vamos a decir que entre ambos líderes la relación fuese fluida en la temporada que Petrovic vistió de blanco. Lo que sí se puede señalar es que entre ambos existía algo muy parecido a la admiración.

 

 

 

El secreto del éxito del jugador croata radicaba pues en una entrega enfermiza al baloncesto. Por eso triunfó en la NBA, porque nunca se cansaba de mejorar. En la mejor liga del planeta, transformó sus lánguidos músculos en una coraza marmórea y, como completando la transformación, se rapó la melena de deidad griega; con lo que su aspecto se parecía más a un marine dispuesto a saldar con éxito cualquier misión que le encomendaran, por adversa que fuera.


Al principio, las pasó canutas en Pórtland Trail Blazers (donde, ya lo sabéis, también han jugado Fernando Martín, Arvydas Sabonis, Sergio Rodríguez y Rudy Fernández). Allí su entrenador, Mike Dunleavy, no le mostró ninguna clase de confianza y receló en todo momento de su condición de europeo (entonces todavía pendía sobre nuestros jugadores una especie de racismo silencioso) y defensor regulón.


Pero encontró su lugar bajo el sol en los New Jersey Nets, dirigido por Chuk Daly, aquel técnico con pinta de hermano de Leonard Cohen que había llevado a dos anillos a los ‘Bad Boys’ de los Detroit Pistons. Daly apreció desde el principio algo diferente en ese veinteañero rebelde y trabajador. Le fue dando minutos de manera paulatina, y Drazen progresó de manera gradual, tanto en su defensa (beneficiada por su mejor física) como en su frecuencia anotadora.


Dayly sabía bien lo que se traía entre manos. No en vano, fue el hombre que en 1992 dirigió el mítico Dream Team en los JJOO de Barcelona. Y pudo ver de cerca el voltaje que Petrovic mantuvo con el todopoderoso Jordan en la final. Así era Drazen, que en aquella final se fue por encima de los veinte puntos y puso en algún apuro a los millonarios de la NBA. Su instinto de ganador le impedía bajar los brazos. Fuese cual fuera la situación. Menos si enfrente estaban los mejores.


El partido tuvo algunos momentos eléctricos. En la selección croata había una alta densidad de talento por metro cuadrado. En aquel equipo figuraba gente como Kukoc Radja, Persaovic, Savic o Vrankovic. Pero el verdadero factor diferencial estaba en la figura de Petrovic. Sus fintas y asistencias eran una oda a la pillería competitiva. Aunque lo mejor era la irreverencia con la que anotaba en cancha enemiga. Siempre con un punto de chulería que cautivaba al espectador neutral y encendía al rival. Jordan se tomó muy en serio aquel duelo, y no dudó en soltarle algún manotazo.

 

 

 

Para el recuerdo, una buena colección de canastas desde 4 o 5 metros. Bloqueos y continuación perfectamente secuenciados por su lectura de pase al hombre grande. Y un triple que define su carácter. Teniéndolo todo para culminar fácil un contraataque, se planta detrás de la línea de 6,25. Chof. Canasta  e inyección de emotividad para los suyos. Drazen no conjugaba el verbo rendirse. Si había que engañar a sus compañeros hablando de un Jordan que se reía de ellos, se hacía en un tiempo muerto. Y luego obtendría el resultado apetecido, con Perasovic se extralimitándose con su majestad aérea en un par de acciones poco corteses.


Su última temporada en la NBA fue la mejor con diferencia. Promedió 23 puntos por velada. Con un extraordinario porcentaje de acierto en triples: 45%. Contribuyó activamente a que los Nets (dos temporadas antes equipo perdedor neto) metieran la cabeza en los play off e incrementaran su porcentaje de victorias. Pero desgraciadamente esos números no fueron suficiente aval para que los técnicos de la liga lo incluyeran entre los suplentes del All-Star.


Drazen se lo tomó como lo que era: una injusticia. Por eso declinó la invitación que le cursaron para que disputara el concurso de triples. A él no le valían las medias tintas. Había conseguido lo improbable: pasar de ser el Mozart del baloncesto europeo a un resultón músico todo terreno en la tierra de la libertad. Si los expertos inquilinos de los banquillos no eran capaces de apreciarlo, no le interesaba ir a la fiesta de las fiestas a hacer el paripé.


Una pena. Porque ese mismo año, en 1993, se dejó la vida en una carretera alemana. Conducía su amiga Clara. Estaba disfrutando de unos días de descanso tras haber metido a su recién nacida nación en el europeo. Ahí se truncó la carrera de un genio. Un elegido para este deporte que multiplicó varias veces su bendición gracias a su compulsiva necesidad de victoria y de afirmación.


Desde el prisma de alguien que no se sentía del todo cómodo en la vida normal, se interpretan mejor aquellos desplantes que tenía en la cancha, cuando reinaba en Europa con la Cibona. En aquel equipo jugaba junto a su hermano Alexander, buen base y gran competidor que ya en la infancia había tenido que sacar a su hermano pequeño de algún apuro, cuando éste se obstinaba en competir con jugadores mayores para humillarles.



Algo parecido hizo con todos los grandes equipos europeos de la época (Madrid, Milán, Macabi, Zalguiris). Verle en la cancha era una delicia si tu equipo no era el que estaba enfrente. Hacía que todo sucediese a cámara lenta. Botaba como un malabarista y tiraba con tanta calidad y convicción que parecía imposible que las victorias no cayeran de su lado. Era un líder, el Pablo Picasso del baloncesto ofensivo.


Empezó siendo un francotirador temible, pero acabó convertido en un hombre imprevisible. Gran pasador, excepcional fintador y defensor consistente. En España tuvimos ocasión e ver buenas muestras de su repertorio en aquella temporada en el Madrid. Pero la NBA le echó el lazo y Drazen se vio incapaz de decirle que no. Allí cautivaría la admiración de un tal MJ, que cuando se enteró de la noticia de su fallecimiento sólo acertó a decir:


“Era una emoción jugar contra Drazen. Siempre que nos enfrentábamos, él competía con una actitud agresiva. Venía hacia mí tan duro como yo iba hacia él. Tuvimos algunas grandes batallas en el pasado y, desafortunadamente, fueron pocas batallas”.