Cada vez mejor

relatos-icono

Las pachangas constituyen la esencia del baloncesto para muchos aficionados. Las disputan con los amigos o los conocidos. Se lo pasan bien, discuten, ríen y a veces hasta prueban malabarismos. La mayoría se aplican a ellas con cierta regularidad. Pero parece claro que para cada uno su disputa supone un motivo distinto. Esta diferencia de motivaciones queda de relieve con la mirada poliédrica de Josep Pastells, que esta semana nos ofrece la tercera entrega de su descripción de una pachanga. En este relato queda de relieve que a veces un partidillo como éste puede servir de afirmación para un logro personal como el de una espectacular bajada de peso. Eso sí, sin perder la perspectiva que la verdadera victoria puede aguardar en casa…

***

Cada vez mejor

Josep Pastells

 

charlesbarkley

Al contrario que el protagonista de nuestro relato, el ‘Gordo’ Barcley nunca se planteó la

relación entre el baloncesto y una bajada de peso. Él simplemente disfrutaba haciendo más

grande este deporte. Algo que logró con los dos equipos en los que jugó:

Philadelphia y Phoenix. Fuente de foto: nba.com


Cinco kilos menos en dos meses. Y bajando. Mucha gente ya ha empezado a darse cuenta, pero quien me transmite mayor entusiasmo, como siempre, es Rita, mi mujer. Llevamos casados 20 años y sigo queriéndola tanto como el primer día, incluso tal vez un poco más. Nada me gusta tanto como estar con Rita, aunque ella siempre se queja de que cada sábado por la mañana, o para ser más precisos casi cada sábado por la mañana, la abandone por un balón.

 

Claro que no se trata sólo de un balón, sino también de un cesto, un grupo de amigos, una forma de entender la vida, o por lo menos de hacerla más agradable los sábados por la mañana y, por encima de todo, mi pasión por un deporte que, más allá de hacerme sentir partícipe de la gran familia que formamos los del Estu, me permite jugar y disfrutar mientras mantengo más o menos a raya el colesterol y, desde que inicié la dieta que me recomendó el primo de Rita, pierdo kilos a tal velocidad que si sigo a este ritmo habré alcanzado mi peso ideal en menos de un año.

 

Aunque no seáis unos ases de las matemáticas, seguro que ya habréis deducido que todavía me sobran más de 25 kilos. A vuestros ojos, me temo, ello me convierte en un gordo asqueroso y, posiblemente, me descalifica en muchos otros aspectos, pero voy a deciros un par de cosas:

 

1) Dentro de un año ya no seré gordo.

2) Jamás de los jamases me he sentido inferior a nadie por ser gordo.

 

Estoy adelgazando por motivos de salud, nada más. También me motiva, no voy a negarlo, la constatación de que cada vez gusto más a mi mujer y el hecho innegable de que cada gramo perdido me convierte en mejor jugador de baloncesto.

 

Sólo hay que fijarse en el partidillo de hoy. ¡Muy bien, Augusto!, gritan Víctor y Fran cada vez que finto y anoto, un par de acciones que por lo que parece cada minuto que pasa se me dan mejor. Puede que esté perdiendo un poquito de fuerza, pero lo compenso sobradamente con las ganancias en rapidez y agilidad. Salto más, corro más y a mayor velocidad. Mis compañeros y rivales no salen de su asombro, y eso que ni se imaginan que tengo metida entre ceja y ceja la determinación de seguir mejorando semana tras semana, hasta que me quede en los anhelados 70 kilos que según el doctor Estévez me corresponden por altura y densidad ósea.

 

Si con menos de cien ya me siento ligero, no quiero ni imaginar qué será bajar de los 90 o de los 80. Pero el baloncesto no admite despistes. El equipo contrario parece crecerse y por unos instantes nos hace dudar de nuestra capacidad de rematar la faena. Conscientes de ello, nos fajamos como gladiadores y, tras disipar todas las dudas, ganamos tan fácil (100-88) que cuando llego a casa y veo los ojos brillantes de Rita intuyo que el festival apenas acaba de empezar.